Palabra Pública - N°10 2018 - Universidad de Chile

“En este libro me pregunto: ¿cuáles son las tareas del activista y académico crítico en educación? La primera es dar testimonio: esta es la realidad y no la podemos seguir escondiendo. Esto requiere tomar riesgos, emprender trabajo académico que está siendo desfinanciado, y por lo tanto, estar dispuesto a hacer sacrificios”. queremos una dictadura de vuelta, pero extrañamos un sentido de seguridad. Bueno, lo que necesitamos es poner en práctica un conjunto de políticas que den poder verdadero a las comunidades locales. Po- der sobre los presupuestos, por ejemplo, para que su utilización sea deliberada incluyendo especial- mente la voz de los más excluidos, construyendo así un “nosotros” más inclusivo. Porto Alegre dice: entendemos que sientas una pérdida de control, así que haremos una política más participativa, pero no construiremos sobre el miedo, sino sobre la delibe- ración. Construir una democracia participativa por supuesto que requiere sacrificios, pero el punto es que tenemos modelos disponibles. Hoy en Chile, después de una década de movi- lizaciones por el derecho a la educación nos en- contramos en la paradoja de tener, a punta de un reforzamiento del financiamiento público a la demanda, menos educación pública y más educa- ción privada. ¿Cómo evalúas la reproducción de las políticas neoliberales en el caso de la educa- ción chilena? -El neoliberalismo trabaja de muchas formas y una de ellas es produciendo una “niebla epistemo- lógica”. Los gobiernos operan no diciendo muchas cosas, no sabiendo muchas cosas, porque tener co- nocimiento implica ser forzado a actuar. Entonces parte del trabajo de los medios de comunicación, de los académicos y de otros actores es decir la verdad. Porque la niebla epistemológica que pro- ducen los neoliberales, pero también gobiernos de centroizquierda, lleva a hacer compromisos sobre la base de que ‘esto es todo lo que podemos hacer ahora’. A veces eso es cierto, pero los efec- tos de esos compromisos deben ser ampliamente comprendidos. OK, esto es lo que va pasar: más escuelas cristianas, más apoyo al control privado de las escuelas. Ahora tengamos una deliberación pública: ¿fue éste un compromiso democrático? En este libro me pregunto: ¿cuáles son las tareas del activista y académico crítico en educación? La primera es dar testimonio: esta es la realidad y no la podemos seguir escondiendo. Esto requiere tomar riesgos, emprender trabajo académico que está siendo desfinanciado, y por lo tanto, estar dis- puesto a hacer sacrificios. La filosofía en las escuelas está bajo ataque, pero también la idea del “conocimiento inútil” en nuestras escuelas y universidades. ¿Qué está en juego? La memoria colectiva. Está en desarrollo una “guerra epistemológica”, una guerra acerca de cómo juzgaremos el conocimiento, ¿por las ganancias que produce y según cómo contribuye al control de los grupos dominantes sobre la economía? Todo el resto es interesante, me puede gustar ir al teatro y leer li- bros, pero eso es secundario. También lo que está en juego es la noción de ciudadanía crítica. Marx tenía esta idea de que una sociedad realmente buena ten- dría gente trabajando parte de su tiempo, jugando parte de su tiempo y durmiendo parte de su tiem- po. Ésta, en cambio, es una noción que destruye esa concepción de la condición humana y dice que las personas son básicamente trabajadores y serán juz- gadas según su contribución a “la economía”. No creo que esa sea una comprensión adecuada de la condición humana. Para mí, hay tres normas que deben guiarnos: amor, cuidado y solidaridad. Pienso que debemos juzgar a una sociedad por la capacidad de sus formas de conocimiento y de su visión de la humanidad para movilizar. La visión imperante es desmovilizadora, olvida las cosas que nos unen y las sustituye por una visión de las ganancias y de las per- sonas como si no valieran. Que la sociedad no es más que la economía, en definitiva, ha sido una idea de- sastrosa, porque está destruyendo comunidades. P.36 P.P. / Nº10 2018

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