Palabra Pública - N°8 2017 - Universidad de Chile

iglesia, lo cual no relativiza del todo, aunque sí com- plica a toda moral de carácter religioso. Mirada desde cierto punto de vista, una moral laica es no sólo posible, sino también más meritoria que una de tipo religioso, puesto que el no creyente que cumple la moral que ha adoptado autónomamente no cuenta para ello ni con la promesa de la salva- ción ni con la amenaza de la condena eterna. ¿Qué lo mueve entonces? La fidelidad a la imagen moral que ha trazado de sí mismo, el impulso a sustraerse al remordimiento y la culpa, la convicción de que no es aceptable causar daño a otro, e, incluso, la aproba- ción que desde un punto de vista moral todos nece- sitamos obtener tanto de parte de nosotros mismos como de los demás. Fidelidad a uno mismo, vivir sin remordimiento ni culpa (hasta donde algo así resulte posible para seres constitutivamente imperfectos), consideración y respeto por los demás, y autoestima moral fundada en el juicio moral tanto propio como ajeno: no son pocos, como se ve, los motivos que tie- ne un no creyente para tener y observar una moral. Respecto ahora de cómo se relaciona un Estado con las religiones, veo cuatro alternativas posibles: el Es- tado confesional, el Estado religioso, el Estado laico y el Estado anti religioso. El primero de ellos –el Estado confesional- es aquel que adopta una determinada religión como oficial, excluyendo a todas las demás. El segundo –el Estado religioso- es el que, sin adoptar una religión oficial, apoya a todas las religiones existentes, por entender que ellas son un bien para la sociedad; por tanto, un Estado religioso otorga a todos los credos y confesio- nes religiosas beneficios tales como subsidios, trans- ferencias de bienes inmuebles públicos, exenciones tributarias, y así. Por su parte, el Estado laico es aquel que no adopta una religión oficial, que no hace una valoración positiva ni negativa de las religiones, y que, por lo mismo, ni las apoya ni las persigue. Un Estado laico se mantiene neutral ante el fenómeno religioso y sus diversas manifestaciones instituciona- les y no hace a aquel ni a estas titular de beneficios ni víctima de maleficios, declarando y respetando la más completa libertad religiosa, incluida por cierto la de no tener religión ni afiliarse a una iglesia. Por último, un Estado anti religioso sería aquel que con- sidera que las religiones representan un daño para la vida en común y el desarrollo de la sociedad, y que, por tanto, las prohíbe y persigue a todas por igual. En un contexto como ese, ¿qué es Chile hoy, a inicios del siglo XXI? Es claramente un Estado religioso. Ni confesional, ni laico, ni tampoco anti religioso, pero sí religioso, puesto que ayuda de distintas formas a todas las confesiones y credos (aunque casi siempre más a una que a las otras), sobre la base de admitir, aunque no lo haga de manera expresa, que esas con- fesiones y credos son un bien para la sociedad y que es preciso apuntalarlas en la propagación de la fe y de las buenas costumbres asociadas a esta. Un Estado religioso adopta la tesis de que religiones e iglesias colaboran a mantener buenos estándares morales en la sociedad y que por eso deben ser respaldadas por políticas y recursos públicos que el Estado imple- menta para ellas. La pregunta ahora es qué tipo de Estado querríamos tener en adelante. Supuesto que vamos a excluir de partida la posibilidad tanto de un Estado confesional como anti religioso, ¿querremos seguir siendo un Es- tado religioso, amigo de las religiones, u optaremos por ser uno simplemente laico, neutral frente a ellas? He ahí una buena pregunta, según creo, en medio del proceso constituyente que estamos viviendo. “Muchas veces se afirma, erróneamente, que sin Dios todo está permitido en el terreno moral, una idea que cierra toda posibilidad para una moral laica”. P.49 Dossier / Nº8 2018 / P.P.

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