Palabra Pública - N°7 2017 - Universidad de Chile

que, gracias a la atención que el Estado brindó a su universidad, diseñaron los caminos por los cuales transitamos en el siglo XX, con la única excepción de dictadura. Por su parte, la Universidad Técnica del Estado cobijó figuras como el rector Enrique Kirberg, Víctor Jara, Isabel Parra y Sergio Campos. Años más tarde, cuando la educación superior inicia su proceso de regionalización, la Universidad Téc- nica funda sus sedes en Antofagasta, Copiapó, La Serena, Concepción, Temuco y otras ciudades del país. En 1960, la Universidad de Chile inicia su ex- tensión por el país levantando sus centros regionales en el norte y en el sur, permitiendo a numerosos jóvenes incorporarse al sistema universitario. Fue el Estado el que lo hizo posible. Con sus recur- sos, nuestras universidades crecieron inspiradas en los valores de la libertad, la no discriminación y el com- promiso de contribuir al desarrollo del país. No se puede negar que a esta labor contribuyeron también instituciones de educación superior privadas, muchas de ellas apoyadas por el Estado; pero hasta 1973 su atención se concentró en sus dos casas de estudios superiores: la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado. Gracias a esta política, la educa- ción era gratuita y puesta al servicio de los intereses de los jóvenes y el país. El lucro no cabía en una ac- tividad que algunos creen que se puede transar en el mercado como cualquier producto de consumo. Con preocupación y en algunos casos con angustia, observamos en los últimos años un trato muy distin- to hacia las universidades estatales. Sometidas a las reglas del mercado, sus recursos dependen de una producción que busca igualarlas a algunos centros internacionales, cuya labor se mide por indicadores que, en ciertas situaciones, no tienen impacto en el medio en el cual se desenvuelven. Con estupor, a veces, nos damos cuenta de cuán difícil resulta in- vestigar sobre temas que al mercado importan me- nos o que lastiman intereses de sectores que podrían aportar recursos para su financiamiento. A pesar de todo, quienes trabajamos en las uni- versidades del Estado seguimos inspirados en los valores que dieron origen a estas casas de estudios. Sometiéndonos, incluso, a las exigencias de aque- llos que pretenden transformarnos en “fábricas de certificados” y productores de indicadores instala- dos por sectores que no entienden cabalmente el sentido de la libertad y los aportes que artistas, hu- manistas y hombres y mujeres de ciencias, pueden hacer sin las exigencias que desean transformar- los en máquinas productoras de bienes (o males), movidos por intereses individualistas en medio de una competencia que nos separa de lo que se espe- ra de una universidad. Chile necesita enmendar el rumbo. Escuchar a los profesores y maestros, a los estudiantes, a los funcio- narios que nos acompañan y a las autoridades que dirigen nuestras casas de estudios. Las demandas de las comunidades universitarias estatales no son can- tos de sirenas; responden a los anhelos de quienes alguna vez ingresaron a sus claustros para permane- cer en ellos durante toda la vida. Y en esto no hay un rechazo a las universidades privadas. Habrá que decirlo hasta el cansancio: han hecho aportes indis- cutibles, pero movidas por fines distintos a los de las universidades del Estado, ya sea por sus compromi- sos con corrientes religiosas o grupos que lucran con sus actividades. Que el Estado distraiga recursos y beneficios en ellas, desatendiendo sus propias uni- versidades, es un error que se debe corregir. P.51 Dossier / Nº7 2017 / P.P.

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