Palabra Pública - N°7 2017 - Universidad de Chile

o la visión que impulsó a su amigo Arturo a llevar la Cooperativa un paso más allá, formando la Sociedad Anónima Editorial Universitaria. “Esto se decidió por sentido común y por independencia. Una sociedad anónima era una entidad distinta a la Universidad, lo que nos daba libertad en la edición. No dependíamos de la Universidad, sino que ésta influía indirectamente a través del presidente del directorio, que era el rector. La Universidad controlaba por la mayoría de acciones, y este modelo le permitió a la editorial crecer y salir adelante”, recuerda Castro, quien entró a trabajar en la Editorial ese mismo año y que luego ocuparía la gerencia general en varias ocasiones. En su momento de mayor esplendor, la Editorial Universitaria contó con un taller ubicado en la calle Ricardo Santa Cruz, actual Avenida Santa Isabel, en que trabajaban más de 300 personas. No sólo se editaban los libros, también se imprimían y se distribuían en las 18 librerías que llegó a tener a lo largo de Chile. Pero no eran sólo los aspectos técnicos los que distinguían a la Universitaria en el mercado nacional e internacional: poco a poco su catálogo comenzó a crecer, editando clásicos como las traducciones de filósofos griegos y también descubriendo nuevas plumas, como los jóvenes Raúl Zurita y Alejandro Sieveking, actuales Premios Nacionales de Literatura y Artes de la Repre- sentación, respectivamente. “El Catálogo de la Editorial era de los mejores de América Latina. Tal vez Brasil también tenía cosas buenas, pero el resto éramos nosotros”, recuerda Eduardo Castro. Él mismo es reconocido en varios países del continente, siendo invitado a ferias a mostrar el catálogo de la Universitaria, que a diferencia de editoriales de otras universidades, no se restringía sólo a los académicos de su institución sino que aceptaba todo tipo de publicaciones. Son tiempos en los que en los talleres de la Editorial se pasean nombres como Pablo Neruda, Tomás Lago, Jaime Eyzaguirre, Luis Oyarzún y Eugenio Pereira Salas; y en los que además de libros se editan revistas como Cormorán y Árbol de Letras. La editorial logra balancear deli- cadamente su misión, de ser un motor del conocimiento académico, con éxitos comerciales sin llegar a ser una editorial dedicada únicamente a las ventas. UNA ROTATIVA INNECESARIA Lo que había sido una historia de éxito y de desarrollo a pasos de gigante se truncó a partir de 1994, cuando la entonces gerenta general, Gabriela Matte, dejó su cargo. Según consigna un informe de la Contraloría General citado por Reinaldo Sapag, gerente general en 2002, “una deficiente e irregular administración de la ex gerencia de don Rodrigo Castro, designado por la rectoría de la época, provocó una debacle de grandes magnitudes que culminó con la quiebra de la editorial”. “Yo nunca entendí cómo lo nombraron si venía de Zigzag, que había quebrado recién”, recuerda Lilian Isamit, actual directora de finanzas y que por esos años había entrado recién a la empresa. La Editorial era una empresa boyante, sinmayores deudas y con un patrimonio de cuatro mil millones de pesos. Castro decidió invertir grandes cantidades de dinero en una imprenta nueva, una rotativa en blanco y negro para hacer impresiones de 30 o 40mil ejemplares, cantidades fuera de los alcances de las publicaciones de la Editorial. Junto con esto, la Universidad decidió retirar egresos de la Sociedad Anó- nima, los que generalmente se reinvertían en el desarrollo de la empresa. Y, por otra parte, se reestructuró la Editorial, formando un holding de cuatro empresas sectoriales dedicadas a la impresión, distribución, ventas y la edición, respectivamente. De ellas actualmente sólo queda la Editorial. “Yo vi a mi papá sufrir porque era su vida que se estaba cayendo , y todo por una gestión malintencionada. Fue muy terrible, era una Editorial sin deudas y con una visión de futuro y la liquidaron en dos o tres años”. P.10 P.P. / Nº6 2017

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