Antología de Andrés Bello

dad de su Clara conciencia de la superioridad de sus luces, la solidez de sus defensas y de sus criticas, lo clarividente de su 16gica, el ape- tito curioso de su cultura y esa condici6n moral que se expresa a travCs del texto de uno de sus descendientes y de Angel Gallo, que escribi6 en 1873, segun lo recuerda un autor, una realidad que aGn nos duele por la miseria que traen las pasiones y algunas calidades humanas. El primero nos dice que “pocos hombres influyeron tanto como Bello en la rida chilena, sin intervenir de manera ruidosa. Alli, sentado en su silla, pluma en mano, enderezaba a la sociedad, cuidin- dose de aparentar lo menos posible”. El segundo testifica que Bello, por conocer el medio que le rodeaba, debia proceder asi: “Este maes- tro tan verecundo, este hombre tan sencillo como franco, este fi16- solo tan afable como humilde, tan profundo en el fondo como manso y cristalino en la superficie, fue durante muchos afios objeto de odio y de execracih, blanco de invectivas, victima inocente de la ignoran- cia estolida. El filosofo y el maestro era apostrofado con 10s epitetos de extranjero y de hereje. Su esposa y sus hijos eran apostrofados con 10s misnios ultrajantes motes. El aula estuvo desierta de alum- nos. El sueldo no se le pagaba puntualmente”. Aunque haya exage- racion en este retrato, que recoge las sombras y olvida las distincio. nes de que fuera objeto don AndrCs, el hecho realza el que una obra tan cuantiosa y de valer haya tenido que realizarse dentro de ese medio, justamente para modificarlo, para dignificarlo, para crear una nueva circunstancia cultural, social, juridica. Don AndrCs intimida con la seguridad de sus posiciones, con la plumaridad temittica de sus escritos y con lo cuantioso de ellos. Se teme que sea un hombre solo de su tiempo y materia de la historia erudita. Cuesta acercarse a 61, gastarse en saber un pasado. La mu- ralla de sus tomos lo aisla de nuestra Cpoca presuntuosa y ritpida que va descubriendo la hermandad o la interinfluencia de 10s paises de AmCrica como una meta nueva. Por un resquicio de esa solidez que abruma, atisbamos que nos ha dicho que es incontestable que a to- dos 10s paises americanos les “importa acercarse, observarse, comu- nicarse. La experiencia de cada uno puede servir a 10s otros; el con- tacto reciproco de pueblos, aun m3s extrafios entre si, aun liga- dos por lams menos estrechos, ha sido siempre uno de 10s me- dios de extender y hacer circular la civilization y las luces”. Palabras de sentido comun, que ya se nos ha dicho que es el menos cornfin de 10s sentidos, y, por lo tanto, necesarias de expresar siempre, mixi- me si ellas introducen toda una serie de conceptos que, escritos en el pasado, corresponden a la m8s estricta contemporaneidad. Agrega don AndrCs que “las variadas secciones de la AmCrica han estado hasta ahora demasiado separadas entre si; sus intereses comunes las convidan a asociarse; y nada de lo que pueda contribuir a este gran fin, desmerece la consideracion de 10s gobiernos, de 10s hombres de estado y de 10s amigos de la humanidad. Para nosotros, aun la co- munidad de lenguaje es una herencia preciosa, que no debemos di- 6

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