Aluviones y resiliencia en Atacama : construyendo saberes sobre riesgos y desastres

Capacidades educativas para la resiliencia frente a desastres 277 y demandas de aprendizaje surgidos de la emergencia, en función de los derechos fundamenta- les de los niños, niñas y adolescentes” (Ministerio de Educación del Ecuador, 2016, p.14). Se entiende con ello que las escuelas sean capaces de abordar la experiencia de desastre, generando un espacio de contención, diálogo y atención para que niños y niñas logren reelabo- rar la experiencia emocional. Una oportunidad para ello la encuentran las escuelas en la flexibi- lidad de las metodologías pedagógicas, no así en los objetivos de aprendizaje comprometidos en el currículum. Es en las primeras donde se sugiere una regularización paulatina que contemple espacios recreativos o actividades que dinamicen la rutina escolar, generando así un proceso de reanudación social, emocional y cognitiva que integre contextualizadamente los nuevos apren- dizajes y reflexiones que emergen de la situación vivida. Más aún, en relación a riesgos y ame- nazas, la escuela ocupa un lugar de prevención, de educación en tanto entrega de información respecto de las respuestas esperadas en situación de desastres. No obstante, la planificación educativa orientada por el Ministerio de Educación, en su pretensión de asegurar la cobertura curricular, condiciona, aún en situación de desastres, la im- plementación de objetivos, acciones y metas de la gestión educativa. En ese contexto, cuando un establecimiento educacional, así como sus trabajadores, enfrentan situaciones de desastres socionaturales, deben además asumir responsabilidades de orden social y comunitarias que van desde servir de albergues a las familias siniestradas hasta asumir roles de contención emocional o psicológica hacia los estudiantes y sus familias. Sin embargo, los establecimientos educativos no se eximen de las mediciones que involucran resultados y que consignan la clasificación en que los ubica la Agencia de Calidad de la Educación, tensionándolas con la obligación de res- ponder a los resultados exigidos. Por tanto, el proceso de adaptación a la crisis enfrentada se supedita a la normativa que condiciona sus subvenciones estatales. No obstante, otras funciones pueden representar una capacidad importante de educación ante desastres: el desarrollo social y la formación ciudadana son buen ejemplo de ello. En el primer caso, la escuela como lugar de socialización cultural permite que niños y niñas crezcan dentro de una vida social que les es propia y a la que pueden contribuir, poniendo en juego ha- bilidades de vinculación y responsabilidad en el ejercicio de las relaciones de mutua valoración y de ético compromiso por la vida común. En el segundo, ser parte de una comunidad organizada, en la que se participa con un lugar determinado y en la que se generan encuentros con el otro en tanto sujeto de derechos, vincula a los estudiantes con lo público, tanto en el ámbito institu- cional como cotidiano. Para la escuela es posible entonces no solo informar y contener sino también socializar, vincular y crear comunidad. Promover a la escuela como un lugar de valor social, que convoque a la comunidad a resignificar no sólo su experiencia de desastre sino la relación con su territorio, significa reconocer el valor simbólico que la escuela adquiere con los desastres, no sólo para la comunidad educativa, sino también para toda la localidad en que se inserta. Su funcionamiento, más allá de la normalización de las actividades educativas, constituye la reconstrucción de la vida cotidiana de la comunidad después de un desastre, de sus ritmos y rutinas, siendo incluso experimentada como una conquista social cuando la vuelta a clases se ve limitada o retarda- da por las condiciones estructurales (Lillo, 2013).La escuela se convierte entonces en un espacio central de referencia simbólica y práctica para quienes ven en ella un lugar de protección y de aprendizaje, en torno al cual se organizan las actividades familiares (Dettmer, 2002). Es en esta perspectiva que las asesorías realizadas a escuelas en tales contextos pueden potenciar de manera más integral sus capacidades de resiliencia frente a escenarios de desastre.

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