Ser-humano (cartografía antropológica)

— 90 — 4. Ser humano como centro Para investigar la verdad es preciso dudar, cuanto sea posible, de todas las cosas. Descartes 1 A nte todo podría decirse que la asunción del ser humano como centro viene a ser una consecuencia natural a la que tiene que conducir el animal racional. Al instaurarse primero la razón como lo definitorio del hombre, por de pronto se reconoce en una primera etapa que esa razón que nos determina no es sino parte de una razón cósmica universal. En una segunda etapa nos encontramos ante la irrupción de la “buena nueva” de que la verdad se ha revelado y que la razón humana tiene que supeditarse a ella. Con ello a su vez la razón entra en un inevitable conflicto con la fe que se presenta como la fuente de aquella verdad divina. Mas, sin duda, a lo largo de este período medieval en la medida en que la razón, y junto con ello, el animal racional, no cesa de validarse a sí misma y reclamar su primacía, es natural que resulte de ello una etapa en que el hombre se asuma como centro, siendo este centro precisamente su racionalidad. A fin de cuentas está dentro de la propia índole de la razón que ella se acreciente y afiance su potenciación en el hombre, desembocando ello en una centralización completa en ella misma y en su depositario, el ser humano. A su vez la razón le brinda al hombre patentemente la posibilidad de un despliegue ilimitado, al presentarle como tarea el inacabable develamiento del ser. En cierto modo, todo lo que ha ocurrido en el largo derrotero anterior a la modernidad es un proceso que desemboca en una centralización del ser humano, y precisamente en su razón, como algo que ya venía desarrollándose de modo soterráneo. Es patente que, y según veíamos, el homo viator tuvo una relación contestataria fuerte y agresiva con el animal racional. Mas, la posición de un Tertuliano de una lapidaria desestimación de la razón no es la que se va a imponer a la larga, sino más bien, la posición agustiniana, pero más que nada tomasiana, de una conciliación entre razón y fe. Esto significa que el homo viator tuvo que servirse de la razón, a partir de su centro en la fe. Pero entonces sucede que la razón, de alguna manera, va quedando cada vez más fuera de quicio en la medida en que respalda y fundamenta cuestiones de fe como las que se refieren al juicio final, el pecado original, que Dios es uno y trino, la resurrección, y otros. Podría decirse que más que nada el papel que juega la razón en Platón con la instauración de la trascendencia, en comparación con Aristóteles, contribuye a abrir la posibilidad de una suerte de extralimitación del ámbito racional a regiones supra-sensibles

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