Ser-humano (cartografía antropológica)

— 54 — El eterno retorno patentemente remite a su vez al tiempo cíclico que, cabe agregar, es el “tiempo real”. El hombre arcaico está inmerso en la perpetua ciclicidad temporal y su modo de ser le da una expresión a ella. Es más, como también hace notar Eliade, el hombre arcaico está determinado por un “terror a la historia”, en el sentido de que él tiene cierto pálpito de lo que sería lo histórico y que ello traería consigo transformación y por sobre todo el riesgo de que los arquetipos sean olvidados, queden desplazados por el pasar del tiempo. Mas, el tiempo cíclico del homo sacer no está, como po - dría pensarse, cercano a la posibilidad del “eterno presente”, sino que más bien esa ciclicidad está determinada por la reiterada vuelta atrás al tiempo primordial cosmogónico, a lo que sería in illo tempore , vale decir, un tiempo inicial fundacional donde se manifestó lo sagrado, al modo de una hierofa - nía, en que el dios, el espíritu, el antepasado, el héroe inmortal, dieron con sus actos un sentido a todo tiempo venidero. La imagen que mejor represen - taría este tiempo cíclico es la del cuerno o cono que claramente nos muestra cómo lo actual, que sucede en su boca, está determinado hacia atrás por un remoto inicio inmemorial. También aquí encontramos una sugestiva enseñanza del homo sacer . Nosotros estamos siempre expuestos a la fragmentación del tiempo, dado por el tiempo lineal que nos determina, y ello involucra además una cuestión relativa al senti - do. Como aduce el propio Eliade, nosotros estamos permanentemente expues - tos al sin-sentido y justamente porque tenemos que proyectar sentido. Agrega él que esa proyección de sentidos, de metas, objetivos, finalidades que posibilita el tiempo lineal, determina también la historia de los pueblos. Cada pueblo se plantea de este modo en la historia siempre con ciertos programas a realizar, que muy especialmente han sido programas de conquista y dominio que han suscitado guerra y violencia. Más todavía, destaca Eliade que en lo que conoce - mos como Modernidad han tenido lugar ciertas utopías políticas, de acuerdo a las cuales se propone algún tipo de “hombre nuevo” y de sociedad perfecta, las cuales a la altura del siglo XX se han presentado como “modelos histórico-de - terministas” bajo el supuesto de que “necesariamente” el acontecer histórico iría en la dirección de la realización de esa utopía. Y cada una de ellas, como bien sabemos, en vez de traernos el anhelado “hombre nuevo” o la sociedad perfecta, han supuesto una debacle y el horror para millones de seres humanos (incluyendo tortura, “desaparición” y exterminio). Por el contrario, para el hombre arcaico no hay nada nuevo y “futuro” que pro - yectar, sino únicamente mirar con la vista puesta en el remoto pasado fundacio - nal para reiterarlo ritualmente a perpetuidad. Del mismo modo constituye una enseñanza del homo sacer la concepción del anima mundi . Como plantea también Eliade, por doquier y en el tiempo del hombre arcaico, en las más distintas latitudes del planeta el cosmos fue

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