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inicialmente, aunque no de manera indefinida. En algún momento, cuando lleguemos al punto
en que sea necesario “destruir la aldea para salvarla” podremos llegar a la conclusión de que
nos hemos deslizado del mal menor al mal mayor. En ese caso no tendremos otra opción que
reconocer nuestro error y revertir el curso. En las situaciones de incertidumbre factual en las
cuales se deben tomar la mayoría de las decisiones relacionadas con el terrorismo,
probablemente sea inevitable el error.
Es tentador suponer que la vida moral puede obviar este “deslizamiento” simplemente
evitando los medios malvados por completo. Pero es posible que esta opción angelical
sencillamente no exista. O combatimos el mal con el mal o sucumbimos. Así que si
recurrimos al mal menor, debemos hacerlo, en primer lugar, plenamente concientes de que el
mal está involucrado. En segundo lugar, debemos actuar bajo un estado demostrable de
necesidad. En tercer lugar, debemos escoger medios malos solamente como último recurso,
una vez que hayamos intentado todo lo demás. Por último, debemos cumplir con una cuarta
obligación: debemos justificar públicamente nuestras acciones frente a nuestros
conciudadanos y someternos a su juicio en cuanto a su corrección.
III
El desafío de evaluar cuáles medidas podrían ser lícitas consiste en encontrar una posición
viable entre el cinismo y el perfeccionismo. El cinismo afirmaría que una reflexión ética es
irrelevante: los agentes del Estado harán lo suyo y lo mismo harán los terroristas y solamente
la fuerza y el poder determinarán el resultado. La única pregunta que cabe formular respecto
de estos medios es si funcionan. Los cínicos están equivocados. Todas las batallas entre los
terroristas y el Estado son batallas de opinión y, en esta lucha, las justificaciones éticas son
cruciales para resguardar la moral de los propios partidarios, para conservar la lealtad de las
poblaciones que, de lo contrario, podrían alinearse con los terroristas y para mantener el apoyo
político entre los aliados. Probablemente una campaña antiterrorista podría ser manejada
solamente por cínicos, por profesionales entrenados en el manejo de las apariencias morales,
pero incluso los cínicos saben que es necesario cumplir algunas promesas morales para tener
credibilidad. La detención preventiva para sacar a los extranjeros sospechosos de la población
puede desbaratar las redes terroristas pero puede producir tanta ira entre grupos inocentes que
éstos dejarían de cooperar con la policía. La tortura podría despedazar una red de células
terroristas pero también generaría odio y resentimiento entre los sobrevivientes de la tortura e
incrementaría su apoyo entre la población descontenta. Simplemente no hay manera de
separar la cuestión técnica de qué es lo que funciona, de la cuestión política de qué impacto
tendrán tales métodos en la lucha por la opinión, lo cual es la esencia de cualquier campaña en
contra del terrorismo. Con medidas extremas, tales como la tortura, la detención preventiva y
el arresto arbitrario generalmente se gana la batalla pero se pierde la guerra. Incluso los
cínicos saben que las victorias pírricas son más que inútiles.
En cuanto al perfeccionismo moral, esta sería la doctrina que un Estado liberal nunca
debería involucrarse con medios de dudosa moralidad y debiera salvaguardar a sus
funcionarios del peligro de tener que decidir entre males menores y males mayores. Una
posición de perfeccionismo moral también sostiene que los Estados pueden proteger a sus