Bioética: el diálogo moral en las ciencias de la vida

bIes del progreso técnico y científico. Por ello la rebautizaría más tarde como ética global, denominación indudablemente más elocuente y más amplia. La naturaleza, lo global, lo que nace y se desarrolla por sí sometido a leyes cognoscibles mas no imponibles por la mente humana, ha estado siempre presente en el desarrollo de las disciplinas científicas. La historia de la palabra fisiología constituye un ejemplo. Originariamente, el conocimiento de la physis (traducida por los latinos como natura) aludía al conocimiento de la totalidad perceptible. Un "fisiólogo", en tiempos de Aristóteles, ha de haber sido quien pensaba la naturaleza en su permanencia, en sus de– sarrollos y en sus cambios. Ya para el siglo XVI, y especial– mente en la obra del erudito Jean Femel, la palabra designa sólo el estudio de la naturaleza del hombre. Esta fisiología, como antesala de la medicina propiamente tal, se converti– rá progresivamente en su basamento científico. En el siglo XIX, Claude Bemard podrá indicar que la medicina científi– ca se apoya y fundamenta en la fisiología, y dirá que las mismas leyes que imperan en la naturaleza inanimada se encuentran vigentes en la animada y que la enfermedad no es sino la fisiología humana en un contexto diferente. La inmu-tabilidad de la ley natural será un tema capital en el progreso de las ciencias llamadas positivas, que tratan con "cosas" existentes y con atributos inequívocamente per– ceptibles. Para las generaciones de científicos del siglo XIX, que albergaron esperanzas en el futuro de la ciencia y cre– yeron firmemente que "conocimiento es poder" (famosa frase con que Francis Bacon inauguró la edad de la ciencia), la exactitud y la objetividad, propias de la química, la física y la naciente biología eran lo esencial. La mensuración o me– dición (cuyo vínculo con la palabra mens, mente, es innega- 30

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