La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

145 Allí yace en la isla penando de recios dolores y en sus casas lo guarda por fuerza la ninfa Calipso sin que pueda partirse al país de sus padres a falta de bajeles con remos y amigos que ayuden su ruta por la espalda anchurosa del mar 240 . Pareciera que en la isla de Calipso Odiseo hubiera alcanzado la mayor felicidad a que un varón ya maduro pudiera aspirar. Tranquilidad, ocio, amor, cuidados de una bella deidad en un paisaje paradisíaco, posibilidad de llegar a ser inmortal y prolongar así la felicidad para siempre. La gruta, el bosque y el jardín que rodean a aquella y que el poeta describe con elocuencia, son tan hermosos que "hasta un dios que su hubiera acercado a aquel sitio / quedaríase suspenso a su vista, gozando en su pecho" 241 . Hay quien ha llegado a anotar semejanzas entre la isla de Ogigia y el Elíseo, lugar de felicidad sin fin, como William S. Anderson en Calypso and Elysium 242 . Pero Odiseo hace tiempo que no goza de todo eso. Cuando Hermes llegar al lugar para notificar a la ninfa de la orden divina de dejar ir a Ulises, la encuentra sola. Odiseo, como tantas otras veces, estaba añorando su tierra a orillas del mar: El magnánimo Ulises no estaba con ella: seguía como siempre en sus lloros, sentado en los altos cantiles, destrozando su alma en dolores, gemidos y llanto que caía de sus ojos atentos al mar infecundo. Cuando el enviado de los dioses entrega su mensaje, Calipso reacciona con enojo, acusando de envidiosos "a los sañudos dioses", pues no pueden sufrir que las diosas yazgan "abierta y lealmente con mortales si alguno les place de esposo". Y resume lo que ha hecho por Odiseo, recogiéndolo desde la extrema desgracia. Pero expresa finalmente que obedecerá la orden y, aunque no tiene naves, le dará consejos y ayuda: De este modo ahora a mí me envidiáis el amor de ese hombre que yo misma salvé cuando erraba a horcajadas sobre un leño, pues Zeus con el rayo fulgente le había destrozado el ligero bajel en mitad del purpúreo 240 Ibídem, V, 5-6 y 10-17. 241 Ibídem, 63-74). 242 Cit. por O. G. Ramos, op. cit., p. 100.

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