La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

112 es la persona de quien padezco soledad, por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos‖ 184 . Y cuando, obedeciendo a la exhortación de Telémaco, Penélope sube a su habitación, ―lloró a Odiseo, su caro consorte‖ 185 . También llora cuando, por inspiración de Atenea, debe sacar el arco de Ulises para que se realice la competencia entre los pretendientes. Tomó el arco en sus manos, ―sentóse allí mismo, teniéndolo en sus rodillas, lloró ruidosamente y sacó de la funda el arco del rey. Y cuando ya estuvo harta de llorar y de gemir, fuese hacia la habitación donde se hallaban los ilustres pretendientes‖. Llora asimismo Penélope, pero de alegría, cuando Euriclea le dice que Odiseo ha retornado. No puede creerlo y por eso regaña a la criada, pues la ha despertado, en circunstancias que por primera vez desde que su esposo partió para ―aquella Ilión perniciosa y nefanda‖, había podido descansar bien. Cuando Euriclea le asegura que dice la verdad, ―alegróse Penélope y, saltando de la cama, abrazó a la anciana; dejó que cayeran las lágrimas de sus ojos‖ 186 . Igualmente son lágrimas de alegría son las que coronan la anagnórisis , el proceso del reconocimiento, que el poeta relata en forma maestra, desde la primera visión del esposo, aún con vestiduras miserables y el rostro desfigurado, que produce estupefacción a la mujer, hasta el acierto de Ulises en la prueba a que ésta lo somete. Al terminar Odiseo de describir el lecho nupcial, tallado sobre el tronco de un olivo, ―Penélope sintió desfallecer sus rodillas y su corazón [...]. Al punto corrió a su encuentro, derramando lágrimas; echóle los brazos alrededor del cuello; lo besó en la cabeza‖ 187 . Después que la mujer explica a Odiseo sus vacilaciones para reconocerlo, los dos esposos lloran, y ―llorando los hallara la Aurora de rosáceos dedos‖, si Atenea no hubiera alargado la noche. La mujer prudente, a quien la soledad y las lágrimas acompañaron durante veinte años, fue inmortalizada por el poeta como paradigma de la esposa amante y fiel. Su virtud está constituida esencialmente por esa fidelidad. El alma de Agamenón, en la rapsodia XXIV, profetiza no sólo la pervivencia de la fama de Penélope, sino también el hecho de que será cantada en los siglos venideros. Así le habla a Ulises la sombra del desdichado Atrida: ―¡Feliz hijo de Laertes! ¡Odiseo fecundo en ardides! Tú acertaste a poseer una esposa 184 Ibídem, I, 340-344. 185 Ibídem, I, 363. 186 Ibídem, XXIII, 32-24. 187 Ibídem, XXIII, 205-208.

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