Sectores: fenomenología de la vida social de un grupo de pacientes internados en un sector del Hospital Psiquiátrico de Santiago

Freud respecto a la psicosis: "a cielo abierto", sino que no se puede ver lo que está siendo mostrado todo el tiempo en los espacios reales, demasia– do reales, de la experiencia de otros. No sólo hay sordera llena de palabras, también hay cegueras llenas de cosas percibidas, pero que requieren a veces mucho trabajo y mucho tiempo para poder ser vistas. Este segundo tipo de resistencias "sociales" al ver, apunta al hecho de que bajo ciertas condiciones políticas y culturales -en el límite, totali– tarias, en tanto el totalitarismo no es sino la versión organizada· del no ver más que parcialmente lo múltiple, para volverlo todo- aquello que cae bajo el efecto de nuestro rechazo como observadores absolutamente participantes de la realidad que percibimos, y que nos hace sin embargo incapaces de verla, apunta tanto a la realidad misma de lo percibido como a las resistencias que surgen del mundo social del que participan. A este respecto, si se me permite la digresión, sin embargo absoluta– mente cercana a nuestro tema,Jean Max Gaudilliere y Francoise Davoine han escrito cosas indispensables. Recordando a Wittgenstein, el célebre filósofo del lenguaje, han insistido en su frase definitiva: lo que no puede ser dicho, debe ser mostrado. Pero para mostrar hay que ver. Cosa que, como decíamos, no es tan simple. No es muy difícil situar esta invisibilidad histórica -y por lo tanto política- en el tiempo en que Hugo Rojas realizaba su observación parti– cipante. Muchas otras cosas, tanto como la situación de la vida social de los enfermos en un sector del hospital psiquiátrico de Santiago, no esta– ban - y en algún sentido, no están todavía- en condiciones de ser vistas. Menos por las cegueras o los escotomas individuales que caracterizan nuestros yoes y nuestro imaginario más o menos personal (esa es, de– cíamos, una primera resistencia) que por la dificultad de ver lo que era difícil de pensar en esos días, a principios de la década de los ochenta en Chile. Mortunadamente, muchos comenzamos a salir por entonces de nuestros propios encierros adolescentes o de los encierros cotidianos a los que nos obligaban los estados de emergencia, para aventurarnos en una realidad que, aún mínimamente, debía comprometernos. Otros ya lo habían hecho antes o lo estaban haciendo, y probablemente no hemos reconocido suficientemente esta deuda hacia nuestros padres o nuestros hermanos mayores que podían ver, en algunos casos al menos, mejor que nosotros. El valor, al menos para mí, de la Memoria de Hugo Rojas aquí pu– blicada reside en gran parte en que no retrocede frente a este imperativo de ver y de mostrar, aun cuando a él no le haya asistido necesariamente 9

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