Hacia una historia del ambiente en América Latina: de las culturas aborígenes a la crisis ecológica actual

6 A pesar de la contracorriente religiosa y del oscurantismo medieval que trató de impedir el análisis científico del mundo, surgieron en la baja Edad Media investigadores de la talla de Roger Bacon. El Renacimiento italiano gestó al hombre más integral y de pensamiento más totalizante que se haya dado en la historia de la humanidad. Nos referimos a Leonardo da Vinci: artista, matemático, científico, artesano, inventor, investigador, dibujante, pintor, escultor y un sinfín de actividades que desempeñaba, las cuales eran la expresión de un genio que siempre procuró captar la totalidad del mundo de su época. Todavía en el siglo XVII, los científicos trataban de abarcar el máximo, astrónomo, óptico, mecánico y químico, como muchos científicos de su época. “A consecuencia de esta universalidad –dice John Bernal- los científicos o ´vituosi´ del siglo XVII pudieron dar una imagen más unitaria del ámbito de la ciencia que el que sería posible en épocas posteriores.”(2) ¿A qué se debió el surgimiento de tantas ciencias especializadas? La explicación hay que buscarla en la formación social europea del siglo XVIII. El sistema capitalista, necesitado de descubrimientos científicos para lograr un rápido despegue, estimuló la proliferación de especialidades y ramas científicas, como la química para la industria textil, la física y la ingeniería mecánica para el proceso de industrialización que se aceleró a partir de la primera Revolución industrial. La ciencia aplicada data de muchos siglos, pero logró un auge notable en el siglo XIX con la invención del teléfono, la electricidad, el ferrocarril y el barco a vapor. Desde el momento en que la ciencia comenzó a ser el motor principal de los avances técnicos para el crecimiento industrial, se fragmentó en tantas especialidades como requería el proceso productivo. Ésa es la época en que la ciencia se institucionaliza, entra por la puerta ancha de la universidad y adquiere grado académico, bajo el postulado de “ciencia pura”. A mediados del siglo XIX, el profesor universitario “empezó a convertirse en el tipo característico de científico… La ciencia no consiguió transformar tanto a las Universidades como éstas la transformaron a ella. El científico fue menos un iconoclasta visionario que un sabio transmisor de una tradición… La ciencia académica de la época dependía en último término de sus éxitos en la industria”.(3) (2) John D. Bernal, Historia Social de la Ciencia, Barcelona, tomo I, p. 373. (3) Ibídem, tomo I, p. 424,425 y 437.

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