Los Jirondinos chilenos

-8- memoria) todos historiadores, diaristas, poetas, críticos, polemistas, los mas escritores sérios de cierta nola, ca– da cnal en sn esfera. En pos de ellos se agrnpaba unt>. javentnd ávida de saber, abierta al biien, tumultuosa a veces, como en la Academia de Leyes, pero empapada siempre en el amor de la jnsticia i consagrada con te– son a la labor. La sociedad misma se sentia como de snyo arrastra– da a las emociones de nna ·vida ele novedad en cambios i en encantos. Era la vez primera qne el arte dec: pl ega– ba sns alas de oro en nuestro cielo de zafir. l\1onvoisin había clavado al muro de sn taller sus pritneras telas, Ciccarelli uos había traído en segnitla sn rica paleta meridional. Teresa Rossi cantaba desde ántes como las sirenas de que habíamos oido hablar en la cana, i ia arrogante Clorinda Corradi (la Pautanelli) revelabn. en los salones, poblados en esos años de bellezas qne hoi reaparecen dando casta sombra a nuevas flores, los se– cretos del cielo i de sus áujeles. En todo se notaba un movimiento, una espansion, una vitalidad poderosa i brillante, como en esas alegres mañanas de la juventud i del estío en qne se emprende, en medio del alborozo i el bullicio de la casa, un viaje de placer. ¿A dónde íba– mos? Nadie lo preguntaba. Divisábase en el horizonte la luz del faro, i esto bastaba para que cada cual alis– tase animoso i confi.a<lo su barqnilla para lanzarla a las olas. El entusiasmo soplaba en la brisa, sentíamos el ruido de sns alaa en la ribera i el grito de todos era: - al mar! al mar! '

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