Los Jirondinos chilenos

- 43 - i sin embargo, a fin de agrapar los actos del drama, el pintor hace aparecer los madel'os i la caehilla de aque– lla horrible m:iqninajnnto a la ventana. de la izquierda, por donde comienza a entrar la pri,nera claridad del alba: otro falseamiento de la historia, pnes los ejecuto– res de los Jirondinos solo penetraron eu su calabozo a las diez de la maií !l.na , siendo gt1illotinados a la nna en medio de una lluvia deshecha. I el lívido cadáver de Valazé, teudido en el tiUelo sob1·e nna angarilla, mién– tras sos amigos i colegas liban las copas a la f1·aterni– dad del sepnlcro i al alma. ininol'tal. ¿es nn detalle feliz i armónico o uu contraste demasiado teatral? Cierto es que Monvoisin no había hecho sino recojer en la pnnta de un rico pincel los detalles personales q ae había pl'odigado la imajinacion, mas rica aun, del gran vate moderno, i cierto es ademas q ne éste se aco.. modaba a todos los a.santos, situaciones, fisonomías i hasta a los mas recónditos pensa1nientos i e1nociones de sus héroes con un aplomo supremo. Lamartine ha– bla en verdad del banquete de los Jirondinos corno si él hubiera sido uno de los convidados: brinda, canta i llora con ellos. Copia una por una todas las palabras de los adioses sublimes i de los majestuosos consuelos de Verguiand, dil'ijidos a sus co1npañe1·os; repite los espiritnales arranques de Dacos, como si lo estuviera oyendo; escucha los diálogos silenciosos entre Brissot i Lasonrce i hasta parece ha.be1· apercibido con inocen– te indiscrecion cada uno de los pecados del clérigo Fauchet, confesándose en el calabozo con el &.bate Eme.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=