Para que nadie quede atrás: a la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
182 sin saberlo. Y tú lo habías detectado por casualidad: el cartero en- tregó por equivocación una carta dirigida a mi nombre en tu casa. Fue magnífico recordar épocas pasadas y ponernos al día con nuestras vidas. Descubrí que tu idioma alemán era extraordinaria- mente bueno ahora y recordé mis intentos de enseñarte alemán en la Escuela de Periodismo, con éxito muy relativo. Sin embargo, no sostuvimos ya una relación cercana, por diferentes motivos. Y partiste demasiado temprano. Quiero decirte que todos aquellos que te conocimos, nos sentimos muy privilegiados por haber sido tus amigos y compañeros. Tenías la capacidad única de iluminar tu entorno. De una u otra manera, enriqueciste nuestras vidas y fue maravilloso caminar contigo entonces. Te damos las gracias por ello. Estás en nuestros corazones y en nuestros recuerdos”. Max rememora que la amistad con Lucho siguió vía comunicacio- nes telefónicas incluso cuando él se fue a vivir al campo, lamentan- do haberse enterado tarde del fallecimiento de su amigo. Termina su testimonio escribiendo: “Aún siento tu lejanía. Lucho, contigo hasta la victoria siempre”. Concluye Cristina: “El Buchi creía que la transformación y resisten- cia podía suceder en cualquier lugar y momento, e incluso como efecto de la acción singular cotidiana: en la del docente que enseña a mirar críticamente el mundo, en la joven pianista que compone una sonata por la tierra, en el padre que lee con sus hijos. Sabía que en estos tiempos anodinamente sombríos, cada acción, por más pequeña que pareciera, podía ser transformadora. Así, día a día sembró en su entorno, en mí, la preminencia de la pregunta, el impulso por distinguir la contradicción de las cosas, y la conexión entre ellas. Sembró la práctica de la crítica incómoda, cuestiona- dora de la autoridad y del poder hegemónico. Sembró la necesidad de sustentar las razones con argumentos, y los argumentos con ra- zones. Y sin exagerar, puedo expresar que mi papá me enseñó a pensar. “Él amaba el arte y tenía la extraña capacidad innata de afinar vio- lines. Adoraba la música clásica, desde Vivaldi a Prokofiev, la mu- sicalización del Canto General por Mikis Theodorakis y la Novena de Beethoven. Y también la nueva canción chilena, desde Quila- payún hasta Patricio Manns. Pero su canal de expresión esencial fue sin duda la escritura. Escribió múltiples ensayos, crónicas, poe- mas, cuentos y una novela. Creada en los años 90, esa novela po- licial expresaba su crítica al indecoroso pacto entre los medios de comunicación, la política transicional y los llamados poderes fác- ticos”. En los últimos años de su vida, y en estrecha conexión con Patricia, su compañera, descubrió su pasión por la educación, pues sabía que el futuro de este país estaba en al aprendizaje igualitario de todos los niños y niñas de Chile. El 29 de agosto de 2018, murió en Santiago de Chile a los 71 años Juan Luis Alarcón Arredondo. Deja a Patricia López Stewart, su compañera por casi 50 años, a su hijo Sebastián, a su hija Cristina, y a cuatro nietos: Patricio, María Cristina, Demian y Lara. Sabemos que en los ojos de ellos seguirá viviendo.
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