Salud mental universitaria: voces, trayectorias y prácticas situadas

204 • SALUD MENTAL UNIVERSITARIA parte inherente del desarrollo del feminismo a lo largo de diversos periodos de la historia (Nogueiras, 2018). Pese a que el vínculo entre el malestar físico y mental de las mujeres con sus condiciones de vida y subordinación ya había comenzado a ser evidenciado un siglo antes, en los años 60 resulta evidente el surgi- miento de múltiples estudios sobre género y malestar que dan cuenta del impacto negativo que conlleva el ser mujer, como categoría atra- vesada por la violencia estructural, material y simbólica, en una sociedad patriarcal (Pujal, Calatayud y Amigot, 2020), incluso se consti- tuye —ser mujer— como un factor de riesgo psicosocial para ciertas problemáticas de sa- ludmental (Ramos-Lira, 2014; Montero, et al., 2004; OMS, 2013) y ciertamente una fuente de malestar. La noción de malestar condensa una tra- dición de pensamiento sobre una particular forma de comprender la relación individuo-so- ciedad en el Chile de transición a la democra- cia de los años 1990. Diversas aproximaciones a nivel nacional han intentado comprender las manifestaciones de ciertas formas de descon- tento y/o sufrimiento psíquico y social (Aceitu- no, Miranda, y Jiménez, 2014; Joignant, Atria, Larraín, Benavente, y Couso, 2013; Mayol, 2012; Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 1998; Abarca, Arensburg, et al., 2017). En esa línea, la perspectiva de gé- nero ha contribuido enormemente a investi- gar, problematizar y visibilizar cómo el lugar construido históricamente para las mujeres deviene en malestar. La perspectiva de género se ha constituido en un campo de investigación que explora la reproducción de desigualdades del sistema sexo género en normas e interacciones socia- les, así como en roles y expectativas sociales, laborales y familiares, los que se expresan no solo como dispositivos de sujeción y patolo- gización de las mujeres, sino que también en formas de sufrimiento y demandas de salud mental de las mujeres (Pujal, Calatayud y Amigot, 2020). El género opera como anuda- miento naturalizado demandatos normativos de sujeción, y también como una fuente de identificación y ubicación sociosimbólica de subjetivación (Abarca, Arensburg, et al., 2017). Desde esta perspectiva se ha abordado cómo, a través de esta constitución sexo-genérica, se conforman los deseos y se hacen parte de la subjetividad (Amigot & Pujal, 2010), y cómo pueden llegar a impactar en los sujetos, y en caso de emergencias conflictivas, producir consecuencias devastadoras sobre el psiquis- mo (Tubert, 2001). Las consecuencias de la violencia estruc- tural de género se manifiestan en las distintas esferas donde los cuerpos sexuados se han constituido subjetivamente y donde también se expresan en tanto sujetos sociales. Las des- igualdades de género entremujeres y varones son una de las consecuencias de esta violen- cia estructural. Uno de esos espacios donde se expresan las desigualdades sustantivas de género es la educación superior, en donde la matrícula femenina representa actualmente el 54% del total de matrículas (Servicio de Infor- mación de Educación Superior, 2021) y, a pesar de su ingreso masivo, a medida que avanzan en la carrera académica, las trayectorias de las mujeres van dando cuenta de una disminu- ción de la participación y la manifestación de mayores fuentes demalestar, lo que repercute

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