Cien propuestas para el país que queremos: diálogos al alero de la Universidad de Chile

120 cien propuestas para el país que queremos El territorio, observado y definido desde las comunidades, ba- rrios y ciudades, debería ser un lugar donde las personas se desa- rrollen plenamente, considerando múltiples aspectos. En la actua- lidad esto no es así, partiendo por problemas de contaminación, hacinamiento, falta de seguridad en los trayectos (en especial, para mujeres, niñas y niños y personas adultas mayores), carencia de espacios de esparcimiento y sobreexplotación de algunas zonas. La desigualdad social y la segregación territorial también se hacen pa- tentes para habitantes originarios, y generan y profundizan graves conflictos sociales y medioambientales. Al mismo tiempo, pareciera que la gran mayoría de las decisio- nes de planificación, ordenamiento y edificación han quedado en manos de los intereses privados, centralizados, sin poner sobre la mesa y al acceso de todos y todas, la discusión sobre cómo que- remos y/o necesitamos que sean nuestros territorios para generar estándares de vida adecuados, inclusivos e integradores. Varios de estos aspectos van en contraposición de los Objetivos de Desarrollo Sostenible planteado a nivel mundial por la ONU, así como de otros estándares internacionales (como los definidos por la OCDE), que entregan una perspectiva respecto de los niveles de bienestar hacia los que las políticas deberían orientarse. Dicha mi- rada evitaría profundizar las desigualdades sociales, multicausales, que el territorio ha profundizado. En este sentido, surge el hilo conductor de lo común. Entende- mos lo común en un contexto de territorio como aquellos recursos a los que todos tenemos acceso y que no pertenecen a nadie. En una estructura territorial donde se privilegia la propiedad privada como motor de desarrollo y donde aquellas cosas que no pertene- cen a nadie son cada vez menos, pareciera que no existe un acuerdo de cómo proteger aquellos recursos que son de todos y todas —y que no son apropiables—, ni tampoco formas de crear activamente estos recursos (Dietz, Ostrom y Stern, 2008).

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