Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas

Territorios, otredades y cuerpos: Vidas cotidianas y extranjerías – 81 tas, sus prácticas y ritos lo siguen modificando junto con el devenir de sus propias historias, ya varias; entonces, pareciera un acto fundacional el construirse desde el contraste y borde que evidencian esos otros —que se suponen nosotros— y que ha buscado enmarcarlos. ¿Se puede ser de La Legua sin referencia a su historia? ¿Se pue- de ser de La Legua sin la constante de un Estado que de distintas formas interviene para tratar de cotidianizarlos, es decir, hacerlos asibles y predecibles? Así se posiciona el Estado cuando quiere, o no puede evitar, intervenir en La Legua. La misma legua, que como el texto dice, fue fundada por el Estado, para luego ser abandonada, y el mismo gesto repetido sus tres veces al menos en los úl- timos cincuenta años. Como un gesto neurótico en que lo mismo le tiene allí para concentrar y hasta graficar la exclusión, que se desafía por la radicalidad que tiende a tomar la distancia de esa otredad que vuelve, en el fantasmario público, como la amenaza de la delincuencia, o en el fantasmario institucional, como la duda en la sacrosanta protesta estatal. A esconder esto otro, que es monstruo y es salvaje, aquello que amenaza por lo distinto, lo disperso de su decir y hacer. Paradójica trampa la que juega el Estado al conjugar la ética moderna de la igualdad; ética heteronómica que desde el discurso de ser todos iguales, se instaura tratando de borrar lo distinto: ya sea invisibilizándo- lo, aplanándolo o queriendo asimilarlo. Y es que la estética de lo que está en continua emergencia contamina la doctrina del emparejar para generar sensación de equidad. Furúnculos que evidencian que la lisura social no es tal, lo que irrita a más de una dermis que ha pretendido seguir apostando por higienizar lo popular, negando las propias rugosidades ciudadanas…. que están desde La Dehesa a Cerro Navia. Por eso el Estado es, como se dice, amnésico y testarudo. Debe intervenir, pero no sabe qué hacer. Es interesante en este punto contrastar con lo que ocurrió en La Laguna. La Laguna esta allá donde están los terminales de bases, en el último recoveco de las quebradas del otro Valparaíso, no el del plano, sino aquel que si se luce es a lo lejos, o incluso tras este mismo, ya de lleno cara al cerro. Y esa geografía cuasi rural de cuando el hábitat deslinda con el Saltus; Saltus era, para los romanos, aquel espacio que no era ni campo (trabajo productivo, agro) ni hábitat (casas, ciudades, pueblos), sino el intermedio que venía ser la geografía física sin más. Hoy se habitan los saltus, pero no puede borrarse esta inflexión. Pues no es por viaje de regreso a la naturaleza, como en las casas que se avecinan, como segunda vivienda así llamada, en las cercanías o bordes de los parques naturales; sino porque el modo en que la ciu- dad les ofreció hueco, fue allá, donde no se elige, sino lo que queda, por habitual un margen en que lo que al centro es orden, en tales distancias o lejanías ya lo es menos, y comienzan a mostrarse las huellas de lo otro de nuevo, esta vez la naturaleza —la

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