Dossier N°7 del programa de Estudios Comunitarios Latinoamericanos de la Universidad de Chile: COVID-19, feminismo decolonial y revueltas populares

Ambas autoras son continuadoras de una historia de mujeres que han luchado por despojarse del colonialismo, como lo han hecho durante siglos mujeres y feministas chicanas, indígenas, afrolatinas, afroamericanas, latinas, campesinas de diferentes lugares del mundo, mostrándonos que el feminismo tiene múltiples cuerpos, colores y territorios. La conocida y necesaria interseccionalidad, que la academia recientemente comienza a comprender y presentar interés, es lo que vienen haciendo desde el siglo XIX la Hermandad de la Buena Muerte, mujeres que se organizaron para liberar a personas esclavizadas y conformaron la primera agrupación de mujeres de Brasil. Y es lo que vienen escribiendo y pensando hace décadas feministas decoloniales como Ángela Davis en Mujeres, raza y clase; Gloria Anzaldúa en Borderlains o En la frontera; Cherrie Moraga en su clásico ensayo La güera; Yuderkis Espinosa en Escritos de una lesbiana oscura; Mujeres creando en Bolivia que destacan por su propuesta cultural y sus grafitis como “no se puede descolonizar sin despatriarcalizar”. Quisiera destacar además, los importantes y fundamentales aportes epistémicos, existenciales, filosóficos, sociológicos, poéticos y pedagógicos de María Lugones, Silvia Rivera, bell hooks, Cheryl Clarke, Silvia Marcos, Aura Cumes, Francesca Gargallo, Lorena Cabnal, Berta Cáceres asesinada por el capitalismo femicida extractivista en Honduras, Melisa Cardoza, a las compañeras de Glefas: Ochy Curiel, Karina Ochoa; y en Chile a Victoria Aldunate, Iris Hernández y Juliette Micolta. Si lo decolonial implica desobediencia epistémica, entonces hoy nos abrimos a desobedecer la forma patriarcal de organizar y crear el mundo. Y por eso las escritoras nos invitan a una reflexión hecha desde sus cuerpos, en diálogo con su historia y con sus comunidades. Los textos de Rozas, Campos, Bravo y Valenzuela, nos ofrecen reflexiones críticas de la psicología comunitaria en diálogo con la pandemia, las revueltas populares acaecidas el 18 de octubre 2019 en Chile y la pandemia del Covid-19. Textos que se escriben en diálogo con autores que se posicionan desde un lugar decolonial, buscando referencias críticas del lugar que ocupa la academia tradicional, para realizar una autocrítica de/con la psicología comunitaria, que desde su origen hizo una opción por las y los grupos oprimidos. Pero esto último necesita volver a mirarse en el siglo XXI, en medio de un capitalismo salvaje, de un estado colonial neoliberal, y en definitiva de unos Estados en crisis, producto del levantamiento popular que pone en tensión no sólo a los gobiernos, sino también a la academia. Es urgente revisar críticamente lo que ha sido y sigue siendo la praxis comunitaria, especialmente la realizada por profesionales de la psicología y las ciencias sociales, que por al menos 30 años han trabajado para gobiernos, empresas y ongs que ejecutan las políticas públicas del Estado. El grafiti que se hizo consigna en todo Chile “No son 30 pesos, son 30 años”, evidencia la crisis de la profundización del sistema neoliberal que hicieron los gobiernos postdictatoriales. En estos 30 años, en Chile, se formaron miles de psicólogos/as comunitarios que no tuvieron más opción que trabajar en la política social del Servicio Nacional de Menores (SENAME), el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), el Ministerio de Educación con diferentes programas y proyectos para poblaciones empobrecidas y marginalizadas, entre otros servicios. Trabajos precarios, pero sobre todo trabajos que desilusionaban por la prácticamente nula posibilidad de crear transformación social real. Por ello, fue cada vez más común el requisito laboral de “tolerancia a la frustración” y por lo mismo, las psicólogas/os comunitarias fueron parte de la 7

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