Cuerpos de la memoria: sobre los monumentos a Schneider y Allende

78 Sabiendo que el mundo del arte siempre se ha nutrido de una estrecha relación entre creación y poder, en ese vínculo la escultura ha terminado por ocupar un lugar central en la construcción ideológica: en toda época histórica los monumentos escultóricos han sido destinados a la materialización del ideario social y del robustecimiento del propio sistema de creencias, haciendo de éstos un vehículo permanente en la necesidad de la divulgación de ideas, modelos y paradigmas. En definitiva, el monumento público es un dispositivo que opera en el reforzamiento de las operaciones destinadas a la encarnación infinita de los valores y la simbolización de los aspectos más elevados en que la sociedad ha de educar a sus integrantes. Estas operaciones se enmarcan en el acuerdo tácito donde la tradición historiográfica viene a conformar un relato oficial que sirve de base a la cohesión social, produciendo como efecto una noción transversal de memoria colectiva y articulaciones de carácter identitario. Las sociedades contemporáneas ponen en crisis este fundamento, principalmente por la aceleración de los flujos de información, lo que tiene como consecuencia el fin del equilibrio social a partir de una relación del pasado, donde la historia –en tanto disciplina– determinaba un vínculo con aquello inobjetable y que constituye el eje representacional del monumento. En ese sentido esta cuestión es determinante para comprender las dificultades respecto a la unicidad de sentido a las que se enfrentan monumentos erigidos a partir de la segunda mitad del siglo XX, dado el carácter parcial que alcanzan las razones que solicitan su construcción. Con todo, el monumento es un instrumento del poder que trabaja sometiendo el espacio público al orden mediante la construcción de nodos donde confluyen voluntades que operan desde el pasado, en el presente y para el futuro, legando un sentido a través de la institución de ejes simbólicos que pretenden enfrentarse materialmente al paso del tiempo. Y por lo mismo, al ser un dispositivo del poder en ejercicio, éste se hace presente desde la misma intención que moviliza la construcción del hito monumental, tanto mediante la capacidad de maniobra que permita el reconocimiento transversal del acontecimiento y el héroe (y por tanto de la mano de la historia en tanto disciplina oficializante) como de las operaciones políticas que aseguren las condiciones materiales de su levantamiento. Luis Montes Rojas

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