Estética de la intemperie: lecturas y acción en el espacio público

31 Urdida por maquinarias de especulación incesante, divertida por un sin fin de biografías y amenazas, Santiago se rediseña a pedazos de porvenir y miseria. Imposibilitada de unirse en un mapa, recortada por políticas edilicias que la vigilan y disponen, hace de la comunicación un recurso imaginario que devuelve todos los días una ilusión de totalidad fracasada. Inventando su pasado para profitar de él en un presente sin culpa, la ciudad quisiera administrar su historia, pero en realidad sólo la cancela y a cambio, deja una serie de noticias gastadas por la usura, el trabajo o la pérdida. La ciudad se consume y se renueva en la –cotidiana y meticulosa tarea- de venderse a sí misma. En todas partes los signos del intercambio y la mercancía declaran que el espacio urbano es la extensión de un discurso obsesionado con la ganancia y la seguridad. Santiago, es un cuerpo sobrexpuesto, atosigado de monumentos y construcciones que celebran nuevas formas de culto a la personalidad (sin nombres ni personajes) pues este culto refiere a algo abstracto e inmaterial, sin textura histórica porque se lo piensa inagotable: el poder. La catástrofe de Santiago, no se relaciona –únicamente- con las ruinas dejadas por una política violenta y castradora unida al golpe de Estado de septiembre del 73, con su afán racional y técnico orientado a la desaparición total de cualquier escritura adversa a la unidad de su mito, sino con la paradoja de una ciudad en permanente construcción y, a causa de ello, en permanente demolición. ‘Una ciudad que nunca llegó a ser. Que era la pura esperanza de ser algo, la pulsión que rápidamente se desvanece sometida por una moda, por una estrategia comercial o por una catástrofe.’ José Donoso Carlos Ossa Santiago: Tejido desgarrado por una subjetividad fugitiva

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