Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

12 sino consagrar “el tránsito del Estado al mercado” (Willy Thayer) que organizó implacablemente la dictadura militar bajo el sello capitalista de la defensa de la propiedad privada y del libre comercio y que, a sangre y fuego, estampó su “economía social de mercado” en el conjunto de las relaciones entre individuos, bienes y servicios. Desde la promulgación de la LOCE (LeyOrgánica Constitucional de Enseñanza) por Augusto Pinochet el 7 de marzo de 1990, las universidades chilenas se encuentran cautivas de esta lógica mercantil-lucrativa que, por primera vez en casi cuarenta años, se vio enérgicamente interpelada por las demandas estudiantiles de 2011. Aquella lógica mercantil-lucrativa que saturó el sistema educativo chileno no dejó ni espacio ni tiempo, durante la transición, para medir el impacto de lo que sucede cuando la tradicional autonomía de lo universitario –tal como la concibió la tradición ilustrada de la Universidad republicana– se ve confrontada a la heteronomía del mercado: un mercado que, mediante el crédito y el endeudamiento, amarra a la clase media a un futuro ya hipotecado mientras que fuerza el capital humano de la masa universitaria a reproducir como mercancía sus tecnologías del conocimiento. Si bien el debate sobre las reformas del sistema educativo acapara hoy la aten- ción pública, son muchos los temas desatendidos que conciernen decisivamente los significados de qué entender por “universidad”. No se trata solo de la “gratui- dad” como derecho universal. Una discusión crítica sobre qué entender por “uni- versidad” requiere que se analicen los supuestos del reclamo por la “calidad” de la educación; un reclamo que parece gozar hoy de unanimidad sin que se noten es- fuerzos suficientes para evidenciar la complicidad tácita entre, por un lado, la “ca- lidad” entendida como simple medición formateada de competencias y, por otro, la tecnocracia dominante que masifica y uniforma los productos (en este caso, los “productos educativos”) para volverlos serialmente intercambiables. La tecnicidad de la noción de “calidad” que instalan los expertos –integrados al rendimiento productivista del mercado de los conocimientos y de los conocimientos de merca- do– disfraza su falsa neutralidad tras el ideologismo neoliberal de lo operativo y lo instrumental. Lo abstracto-general de la “calidad” como un valor autorreferido y deslocalizado consagra el fetiche de la “excelencia académica” que, en el mundo universitario, omite la especificidad de los contextos de referencia e inserción del saber-pensar-crear en aquellas comunidades en vivo que le otorgarían su valor de uso. Es así como la “excelencia académica” y sus “convenios de desempeño” Tiempos cruzados

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=