Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

77 carreras artísticas se forjan a la luz de una “presión reflexiva”. Esto quiere decir que la reflexión no es ya parte del comportamiento político eventual que subyace a un determinado “arte crítico”; es la condición universitaria del arte. Esta condición funciona como una apertura y una amortiguación a la vez del referente político de la producción visual, por lo que podría señalarse que la coincidencia entre una universidad que ha hecho de la productividad académica el sustituto de sus grandes temas y debates y la incorporación de esta “presión reflexiva” a su ámbito de formación constituye una incógnita, abre la compuerta a un dilema. El dilema reside por ahora en que no sabemos hasta qué punto el menú diversificado de la enseñanza visual ensancha el campo de la práctica artística y hasta qué punto lo alisa, anexándolo pasivamente a la demanda menguada del circuito internacional. En principio se podría decir que no es mucho lo que se gana si la formación universitaria del artista visual no va acompañada de una infraestructura que haga lugar a los procesos de experimentación en los que se instruyó. La pregunta por la gestión, los espacios y la infraestructura es una pregunta por la posibilidad de que los procesos visuales alimentados por la formación académica se continúen en espacios que los amparan, pues no hay que olvidar que el ámbito de la producción visual se distingue de la formación plástica no solo por la disposición pública a la crítica sino, más aún, por la capacidad infraestructural que recibe esa producción en estado de proceso. Se entiende que la virtud de los procesos artísticos, tan ajustados al tránsito que va de la formación plástica convencional a la formación artístico visual, reside en que estos son lo suficientemente versátiles y experimentales como para amenazar desde el arte la eficacia misma de la forma artística, algo que no parece sencillo en un período de contracción de la infraestructura pública, que aplana los índices de experimentación de las imágenes y obliga a la reposición de códigos estéticos relativamente previsibles. Lo que de esto puede tomarse como una ligera conclusión es que de la complejización reflexiva de los procesos visuales en la formación universitaria no se sigue necesariamente una puesta a prueba de esa reflexión en procesos no protegidos suficientemente por la infraestructura estatal. No se logra ni obtiene nada si la formación del artista no contempla a la vez vías articuladas para la experimentación artística que la prosigue. A la larga no es la universidad desprendida del Estado la que tiene en su haber la formación visual; es el Estado el que regula esa formación, haciéndole a la experimentación artística el lugar que aún no le llega. Federico Galende

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