Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

73 la misma tradición disciplinar que los convoca. Esto lo podrán hacer a través del discurso crítico o de la producción de obra, pero parece una condición. El punto en el que el arte así entendido cede o directamente se difumina, es precisamente su comienzo, es el comienzo del artista visual, el comienzo del Licenciado en Artes Visuales. Hay por lo tanto un gesto que la tradición del arte acoge en la universidad con curioso desgano. El gesto consiste en que de la tradición artística depende la formación de quienes dejarán de responderle. Los futuros licenciados acceden a la universidad para incorporar las destrezas destructivas que dirigirán a lo que el arte era en un momento anterior. Aprenden y discuten el fin del arte, se apresuran a declarar ellos mismos ese fin, pero resulta que en la promesa incumplida de este reposarán de ahora en más sus trabajos de artista. Las porciones de desconfianza en las que se han instruido son evidentes; en la universidad los estudiantes aprenden a dirigirlas como un zepelín contra la jerga de la tradición plástica o del arte formal. Salta a la vista que esta rebelión que ahora internalizan en las aulas, escuchando a los académicos o leyendo a los revolucionarios rusos, décadas atrás se deducía del propio agotamiento de las convenciones del “gran arte”. Era al interior de esa práctica donde la repetición o el cansancio incubaban la necesidad de desnudar los procedimientos visuales para replantear la relación del arte con los modos de producción en los que se insertaba. El arte incluía rincones o lenguas de sombra que invitaban a subvertirlo. Pero para esta subversión se requería menos de un título o un cartón que de una experiencia que procedía en cada caso de pérdidas momentáneas que evocaban reemplazos arriesgados o notas discordantes. Es como si el despliegue del arte llevara en su vientre el germen de su cuestionamiento. Quizá reside en esto último el motivo por el que palabras como “universidad” o “licenciado” gozaron históricamente en ese ámbito de un connotado desprestigio. Nadie quería ver envuelta la especificidad de su trabajo insumiso en una pieza académica que lo habilitara. En los tiempos actuales sin embargo, suponiendo que tal circunstancia exista, todo esto ha cambiado y la palabra “licenciatura” se ha transformado en una especie de nombre sustituto para lo que los fenomenólogos en filosofía llaman, siguiendo en este punto a Husserl, suspensión: el paso de una consciencia en actitud natural a una consciencia en actitud reflexiva. Se supone que si una consciencia en actitud natural percibe lo que “tiene a mano”, una consciencia reflexiva es capaz de percibirse a sí misma en el acto de percibir. Federico Galende

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