Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

192 Pareciera que el paso por una escuela otorga seguridades relacionadas con la permanencia en una sociedad que reconoce y valida exclusivamente a los profesionales, a quienes cuentan con un título académico, aunque esto no garantiza la calidad de la producción. Aunque la discusión en torno a las denominaciones no tiene una importancia radical, la diferencia entre “artista plástico” versus “artista visual” manifiesta un cambio en las actuales necesidades de las artes (no solo las visuales) y con esto en los distintos modos de operar en la práctica: no se trata de desconocer la formación técnica o de los oficios, sino de estimular la integración de otros aspectos más transversales que deben ser considerados en la educación artística de hoy. Una de las primeras motivaciones que lleva a un estudiante a escoger la carrera de arte tiene que ver con el deseo de proyectarse como artista y de vivir del “hacer obra” sin tener que recurrir a otros medios de subsistencia, lo cual sabemos es complejo de conseguir no solo en Chile sino en Latinoamérica. El problema es que la mayoría de quienes ingresan a estudiar esta carrera traen consigo una visión idealizada de lo artístico, una visión un tanto romántica fortalecida en los colegios y liceos donde la clase de arte es un pasatiempo. La mayoría de quienes entran a estudiar arte ven la oportunidad de entrar a una carrera universitaria sin normas ni formalidades, constituida de experiencias prácticas que otorgan libre cabida a la creatividad y la expresión individuales. Comparto mi experiencia como estudiante de Licenciatura en Arte en la Universidad de Concepción, entre los años 1989-1993, como parte de la primera generación de Licenciados en Artes Plásticas, luego de la reapertura de esa carrera cerrada en dictadura. Durante los últimos años de estudio, un reducido grupo de estudiantes quisimos proyectarnos como artistas, pese a haber ingresado previamente a estudiar pedagogía, única opción existente en Concepción en ese momento. Este primer y reducido grupo de licenciados nos titulamos con una malla bastante improvisada, la cual no consideraba el egreso profesional de sus estudiantes-artistas ni tampoco una proyección laboral, lo que nos significó salir a tientas a un escenario desconocido. Nuestras expectativas pasaron de trabajar “haciendo arte” a trabajar en cualquier cosa que nos permitiese financiar “hacer arte”, aunque luego de esa concesión el tiempo escaseara. De esta primera generación de licenciados muy pocos pudimos continuar trabajando en la producción artística, o bien en algo vinculado a ello. Ser docente, ser artista, ser gestor cultural, en conexiones precarias

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=