Escuelas de Arte, Campo Universitario y Formación Artística

128 “guanaco” de escala real realizado con muy eficiente factura en cartón y otros materiales de desecho. Ese fue el inicio de una serie de intervenciones que los estudiantes de arte de la Universidad de Chile comenzaron a elaborar durante todo ese año: performances y proyectos colectivos de intervención del espacio público que, desde mi punto de vista, pusieron en crisis la enseñanza de arte en Chile. La energía de estos primeros gestos de los estudiantes marcó también una nueva estética en las movilizaciones sociales. El aire también cambió en Las Encinas –así nombramos cotidianamente a nuestra escuela– y tengo la sensación de que los estudiantes sienten, desde entonces, una mayor pertenencia a ese lugar y trabajan más transversalmente en los talleres, especialmente en el de serigrafía. Algo se movió después de las movilizaciones. La enorme y profunda coincidencia de las demandas del 2011 formuladas tanto en contundentes informes muy bien fundamentados como en creativas acciones callejeras logró poner en la escena política realidades y conceptos impensables en ese enero de 2010, como la fuerza colectiva e irrefrenable proveniente del sentimiento de ciudadanía: el “fin al lucro”, la “educación gratuita para todos los chilenos” y otras propuestas de cambios estructurales de una envergadura social y política insospechada hasta ese momento. Nos habíamos acostumbrado a aceptar, como una especie de fatalidad, que todo lo irregular que sucedía diariamente en nuestras vidas –el sistema de abusos y fraudes al que estamos sometidos en todos los ámbitos de la vida– era, sin más, la manera natural de la convivencia social. Lo que ahora se ha formulado como robo descarado del sistema bancario, como robo descarado en el cobro de la tarjeta de crédito, como abuso en la cuenta del teléfono, del supermercado, de la farmacia, de las cuotas de las grandes tiendas, de la bomba de bencina, lo considerábamos como si fuera una ley natural: como si estas fueran las condiciones inefables de nuestro cotidiano social y político. La angustia por el arancel impago, por una enfermedad imposible de solventar, por la miseria fraudulenta de las viviendas sociales, por el infierno del transporte público, por la injusticia generalizada, por las diferencias insoportables, por el maltrato, la explotación aquí y allá eran nuestra condición de vida ante la que debíamos comportarnos sin chistar, civilizadamente, democráticamente para no entorpecer los acuerdos pactados del negocio de “la transición”. Habíamos llegado a creer, primero con alegría y poco a poco con un malestar soterrado, que la democracia no era más que la realización acabada de los principios de la dictadura solo que con derecho a voto y sin asesinatos evidentes Trabajo de taller, desplazamiento a la calle y clases informales

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