Seminario Internacional : Profesión docente y educación continua en América Latina : aprendizajes y desafíos

49 SEMINARIO INTERNACIONAL PROFESIÓN DOCENTE Y EDUCACIÓN CONTINUA EN AMÉRICA LATINA: APRENDIZAJES Y DESAFÍOS narrativa como práctica pedagógica, no para reconstruir situaciones o vivencias, sino para dar lugar también al pensar y al saber pedagógico? (Contreras y Quiles-Fernández, 2017, p. 21). Todavía no tengo respuestas para ello, pero quizá se trate primero de autorizarnos en el pesar. Autorizarnos, también narrativamente, para desplegar un modo de saber que se base en la autoridad narrativa, en la relación y no en la autoridad de la razón. Pero ¿qué espacios educativos podrían dar cuenta, en la formación continua, de ese auto- rizarnos narrativa y relacionalmente? En mi trayectoria profesional las comunidades de pen- samiento han sido lugares seguros, lugares donde se han narrado y co-compuesto historias. Lugares donde los/as educadores/as hemos narrado la crudeza de nuestras propias expe- riencias, donde hemos negociado conjuntamente el significado y autorizado la interpretación de situaciones propias y ajenas (Quiles-Fernández, 2016). Las comunidades de pensamiento, formadas hace muchos años por grupos de mujeres que se reunían a compartir historias y a pensar con ellas se conforman hoy en día en torno a los lugares comunes de la experiencia. De una experiencia que nace en oposición al conjunto de relaciones burocráticas y jerárquicas, pero también como antítesis a esos lugares en los que existe el deber y el juicio sobre cómo las escuelas desarrollan sus prácticas, considerando de manera externa y fría qué constituye una “buena enseñanza” y cuáles son las “buenas escuelas”. Estas comunidades de pensamiento, como sostienen Craig y Olson (2002), pueden ser encontradas o creadas. Encontrarlas o crear- las responde a una búsqueda respecto al acto de cuidar el saber y las relaciones. Para ir cerrando… (de momento) Seguramente lo que planteo no se trate de pensar acerca de lo que le ocurre a la educación continua, sino de pensar lo que nos ocurre cuando navegamos en ella. Poner el acento en el pensar la experiencia y en el aprender algo nuevo de sí y de la educación (aprender lo no sabi- do, pensar lo no pensado), más que convertirse en confirmaciones de las perspectivas teóricas. No tomar las experiencias como casos de estudio, pues se trata de explorar el saber personal y pedagógico en el que nos sostenemos y en el que se sostienen nuestras historias. Sin olvidarnos que, para pensar en la experiencia de la educación continua, necesito primero pensar en la experiencia del oficio docente. Y, para ello, necesito contar y recontar las historias que viven en el corazón de mí y que anidan en mis saberes... Así, podemos experimentar la educación continua como un aprendizaje, como un aprendizaje en relación, como un apren- dizaje que nos ayuda a autorizarnos. Es aquí cuando regreso de nuevo a la preocupación que compartió Hannah Arendt pero que hoy, también, es mía. Y esa preocupación tiene que ver con qué es y qué pasaría en educación continua si dejáramos de preocuparnos por las doctrinas y nos empezáramos a hacer más cargo de la experiencia.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=