Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

198 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha tórico del monumento y su más reciente valor de antigüedad. Para esto es necesario sostener la siguiente hipótesis de trabajo: fue con el siglo xix que los pueblos indíge- nas entraron en un proceso de monumentalización, paralelo al cambio de su estatus jurídico y político a nivel internacional, producto del despliegue en aquel siglo (y so- bre todo en su segunda mitad) de los regímenes coloniales. Estos últimos se basaron, en gran medida, en el desconocimiento de toda una historia de pactos y tratados por los que los estados euro-americanos guerrearon y negociaron con estos pueblos, hasta el surgimiento de la doctrina de la terra nullis y la construcción de un derecho de gentes, restringido a una comunidad de naciones definidas por una organización estatal y soberana moderna. El nuevo nomos así estatuido hizo pasar, en el mejor de los casos, al indígena que no aceptara este ordenamiento soberano del estatus políti- co de enemigo al de criminal; y, en el peor, al de variable epidemiológica a eliminar. Lo interesante es que este proceso se desarrolló en paralelo con el de la museografía moderna, así como con el surgimiento de la antropología, pensada en un principio (entre fines del siglo xix y principios del siglo xx) como una empresa de rescate de aquellos rasgos primitivos destinados a una ineluctable extinción. Y es precisamente este el siglo del despliegue colonial, del cual Riegl dice que, con justa razón, se ha llamado el siglo de la Historia, donde el monumento deja de remitir a su restringido valor de rememoración o de mero orgullo nacional, para remitir a un proceso más amplio y universal: la evolución. De esta forma –sostiene Riegl– “hasta lo más pequeño, y precisamente lo más pequeño, puede tener impor- tancia. Y esta importancia se basa exclusivamente en la convicción histórica de que es imposible sustituir una cosa, por mínima que sea, dentro del proceso evolutivo” 3 . Surge así el valor histórico del monumento, por el que la singularidad de los objetos es valorada en función de su situación única, en una única cadena evolutiva (o en otras palabras, en el gran fetiche de la Historia con mayúscula). En este contexto, el indígena, vuelto objeto de conquista, deviene a su vez objeto museográfico, es decir, cosa o cadáver destinado a su conservación como testimonio de un proceso a ser na- rrado y descrito por el científico o el historiador. De hecho, este proceso que, como dijimos, se inicia en la segunda mitad del siglo xix –por ejemplo con la coincidente culminación de la conquista de los territorios mapuche por el Estado argentino y la fundación del Museo de la Plata–, va a prolongarse a lo largo del siglo xx, tal como en la siguiente declaración del arqueólogo Debenedetti (citada por Oliver Schnei- der, director del museo de Concepción en 1932): [...] el indio […] terminó su cometido el día que por la tierra americana cruzó el primer acero templado. A la cultura presente no le corresponde otro papel que el de asistirle en su hora final, haciéndole soportable su agonía y prepararle piadosamente 3 Riegl, El culto moderno , 38.

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