Malestar y destinos del malestar: políticas de la desdicha vol. 1

130 – malestar y destinos del malestar Políticas de la desdicha de su muerte. En aquella época, yo había comenzado a ir a su casa y, muchas veces, al llegar no se encontraba dispuesto a recibirme, pues todavía estaba aseándose o se hallaba ocupado en alguna otra cosa por el estilo 8 . Me habló bastante poco de su padre, muerto cuando todavía era joven. Me propuso una imagen idealizada que, sirviéndole de modelo, lo orientaba en dirección a su empresa y en la manera como escogía morir. Casado desde hace muchos años con Camille, tenían dos hijos, de catorce y siete años. Camille era “la mujer de los cuidados”, de la casa, de los niños, pero por cierto no era la mujer para él; eso hasta el día en que tuvo que pedirle que le pusiera crema en sus escaras, cada vez más dolorosas. “Esta cercanía y esta intimidad son insopor- tables, y mi odio hacia ella es degradante”, me dijo entonces. La necesidad de estos cuidados reactivaba la seducción materna primaria, sus ambigüedades incestuosas y el odio que le provoca la dependencia. La vergüenza por las heridas narcisistas no hacía más que agravar el odio. Pudimos avanzar en algo sobre el odio que sentía hacia su madre. Le podría haber pedido ayuda a Camille, “estar en sus brazos como un bebé”, apreciar sus cuidados y llorar conmigo, lo que nunca había podido hacer hasta entonces. En el fondo, la contención en la ternura, ya posible con su esposa, sumada a una aproximación psíquica conmigo, nos permitieron evocar la culpabilidad resentida hacia sí mismo, descubriendo que el dolor provenía del silencio de un sufrimiento interiorizado. La condensación temporal que provocan los últimos momentos de la vida revela la urgencia de tratar el campo de la culpabilidad y de la vergüenza, “para morir en paz” y disponer de toda nuestra autoestima. Partiendo de la ambivalencia que Sebastián tenía en relación a su mujer, a su madre, a otros y a mí misma, parti- cularmente al hacerme esperar, el trabajo que realizamos transformó su dolor. “Creo –me dijo un día de manera muy docta– que es importante limpiar los sentimientos de culpabilidad”. Trabajo de la muerte La reflexión de Michel de M’Uzan sobre “el trabajo de la muerte” me fue muy escla- recedora. En este artículo, él describe cómo los cercanos desertan a causa del trabajo de duelo que deben emprender, mientras que en quien agoniza se desarrolla una apetencia relacional, una expansión libidinal y una relación transferencial intensa. 8 Nuestro trabajo se terminó durante los últimos meses en el domicilio de este paciente a razón de una sesión de 45 minutos por semana. Es muy excepcional que lo haga así, porque la mayoría de las veces los pacientes mueren en el hospital. Sebastián quiso morir en su casa, entre los suyos y, en consecuencia, un dispositivo médico le fue proporcionado para tales efectos. Quiso que continuára- mos nuestro trabajo en su casa “hasta el final”, que “yo no lo soltara”, lo cual había sido su petición desde el principio. En este contexto acepté porque, particularmente con estos pacientes, mantener la continuidad del hacerse cargo me parece fundamental.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=