Los Futuros Imaginados

l o s f u t u r o s i m a g i n a d o s 38 39 p r ó l o g o dispositivo que nos gobierne: el New Order. Quizás no haya realmente un nuevo orden pero al menos hay que nombrarlo . Como ha apuntado Boris Groys, aquello que sobrevive a la destrucción es la imagen de la destrucción. Y esa imagen, siendo una narración, se emparenta mucho mejor que la realidad a los referentes del pasado que han llegado hasta nuestros días en forma de mito. La narración periodística y rabiosamente actual se pone a dialogar con la épica de la Historia. Ejemplo de ello se- ría el caso de la Revolución Francesa que encontró en la Roma Imperial la imagen que modelaba su caótico proceso. Una imagen y un relato que no solo legitimarían unas acciones sino que apuntalarían el nuevo orden. En el caso de Chile, el grafiti que rezaba: “El neoliberalismo nació y murió en Chile” narraba en clave geopolítica una posible continuidad entre el régimen de Allende y la revuelta de Octubre, y de paso dibujaba un arco de continuidad entre el período de Pinochet y el de Piñera. En Cataluña los referentes se buscaron en la independencia de Kosovo o en los referéndums de Québec y Escocia, demasiado cercanos, demasiado antiheroicos. Cuarta lección: En el chat de los vecinos del barrio Vaticano Chico, una mujer pedía auxilio. Estaba sola, llevaba tres días sin salir a la calle y no sabía dónde conseguir víveres. A apenas unos metros de allí, miles de personas on- deaban banderas, entonaban himnos y devolvían bombas lacrimógenas a la policía. Probablemente esa mujer también estuviera sola los meses anteriores a las manifestaciones pero ante el estallido de celebración colectiva su posición en la comunidad se hacía insoportable. La revuelta y el carnaval invierten el orden jerárquico de la sociedad, y al mismo tiempo acentúan las diferencias en las pautas de comportamiento de los individuos. La colectividad exige participación y los individuos que se muestran reticentes, cuando no son arrastrados a la calle, son cas- tigados con el aislamiento. En ese sentido, la revuelta funciona como otros movimientos de masas que, aun siendo integradores, festivos y comunitarios, son de corazón cruel. Las prácticas reivindicativas hete- rogéneas, a veces lideradas por mujeres, tendían en Chile a mitigar la lógica tendencialmente fascista de la desinhibición. La entrega gratuita de comida, el ofrecimiento de cuidados a cargo de grupos de doctoras y veterinarias, o la profusión de bandas musicales en la retaguardia de la manifestación eran puertas de entrada para todos aquellos que por determinación o costumbre compartían el descontento pero recelaban de la aglomeración. En Cataluña la mecánica de la inclusión había segui- // roger bernat l e c c i o n e s r e c i b i d a s do los mecanismos formales del flashmob : se pedía a los manifestantes que llevaran camisetas del mismo color o que dibujaran con sus cuerpos una determinada forma en el mapa de Barcelona. Tardaron varios meses en aparecer los primeros carteles personales, irónicos o simplemente ocurrentes que, junto con iniciativas como las chilenas, abrían la puerta a todo tipo de subjetividades. Quinta lección: El día 17 de octubre, el día antes del estallido popular, empezamos con bastante retraso la función teatral que habíamos venido a presentar en el Foro de las Artes. Había algunos espectadores que habían tomado el Metro y no habían logrado bajarse en la estación de la Universidad de Chile porque había sido cerrada. Paola Lattus, actriz de la pieza, también había llegado con retraso a nuestra cita porque había querido participar en las manifestaciones espontáneas en los andenes del Metro. Sin em- bargo, cuando el salón de la Universidad estuvo lleno, se dio comienzo a la representación de Numax-Fagor-plus , que básicamente invitaba al pú- blico a repetir dos asambleas de trabajadores, una ocurrida en Barcelona en 1979 y otra en Mondragón en 2014. Tras la esforzada colectivización de los discursos obreros de ayer y hoy, los espectadores acababan cantan- do “La Internacional” como en un karaoke. Fue al día siguiente cuando lo que había sido una protesta contra el aumento del billete de Metro se convirtió en una revuelta. A diferencia del discurso proletario que to- dos teníamos en la cabeza tras la performance , en esta protesta no había reivindicaciones. Ni sindicatos, ni partidos de izquierda abanderaban las marchas. Era una revuelta tal y como yo las había estudiado en los libros de historia. En 1835 unos toros mansos propiciaron que, tras la corrida, una turba de barceloneses descontentos, después de destruir el tendido, arra- sara monumentos y quemara conventos. La revuelta, entonces y ahora, no tenía sueños o aspiraciones. En Santiago no se trataba de tener un Metro asequible, una jubilación digna o sanidad para todos, se trataba de tener- lo TODO. Y si no iban a tenerlo TODO no tendrían NADA, e hicieron arder el metro, los supermercados y el futuro entero. El Metro, la jubilación o la sanidad eran el precio que tenía que pagar el sistema para que siguiera girando la rueda, para que siguiéramos dispuestos a sufrir el horror de la vida cotidiana. En Cataluña, sin embargo, la movilización había sido lidera- da por unos partidos políticos que, al tener una agenda estructuralmente continuista y unos intereses de inconfesable linaje, habían traicionado la genuina voluntad de cambio de los manifestantes.

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