Libro pedagógico cancioneros populares

- 27 - Investigación y Patrimonio del Archivo al Aula norte, comenzando en Tacna (bajo soberanía del Estado chileno hasta 1929, desde la Guerra del Pacífico) llegando a Concepción, en el sur. Las colecciones de cancioneros conservados hasta hoy incluyen ejemplares editados casi en todas las ciudades que contaban con cierto dinamismo económico y social entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Mientras Concepción, junto a Santiago y Valparaíso, tenía una tradición impresora respecto de la cual los cancioneros eran un elemento más en su oferta, localidades como Tacna resultan muy interesantes de considerar. Más pequeña en dimensiones, era por otra parte una localidad fronteriza y en disputa, con una actividad intensa en torno a la prensa para movilizar a una opinión pública dividida, a lo que agregaba una población binacional, punto de intercambio privilegiado de cantos peruanos y chilenos. De igual forma, en ciudades más pequeñas situadas en el Valle Central, como Curicó o Quillota, se imprimieron cancioneros durante el mismo período, atestiguando que el formato era tanto exitoso cuanto extendido como fórmula editorial. Como se encuentran por gran parte de la geografía del país, puede afirmarse que el estudio de los cancioneros ayuda a reconstruir las vivencias musicales de la sociedad chilena del pasado, para atisbar tanto qué cantaban como qué bailaban hombres y mujeres anónimos, quienes no han dejado mayores testimonios al respecto (Cornejo y Ledezma, 2019). Es posible apreciar su éxito en el volumen de cada edición y en lo frecuente que ellas llegaron a ser. Algunos se vendían en tirajes de 30.000 ó incluso de 50.000 unidades. La primera cifra corresponde a Cantares de mi patria (1911), del capitalino Centro Editorial de Juan Miguel Sepúlveda. Por su parte, la insólita segunda cifra fue alcanzada por Varietés (1912), de la Imprenta Las Artes Mecánicas, de Santiago. No es extraño encontrar ejemplares que pertenecen a una segunda o tercera edición de un mismo título, o bien algunos que forman parte de una cuarta o quinta serie, señales en uno y otro caso de mecanismos de producción y venta editoriales de corte moderno con excelente aceptación social. Los mismos editores de Varietés afirmaron que los 10.000 cancioneros de la tercera serie se vendieron en apenas 20 días, todo un suceso para la época y que sería envidiable incluso hoy. El tamaño de estos folletos o librillos de tapas blandas y frágiles era bastante pequeño. Medían en promedio unos 12 cms. por 8 cms. aproximadamente, y su cantidad de páginas podía ser en extremo variado, pues hay algunos que tenían 28 y, los más extensos, 140. Desde el punto de vista de apropiaciones y usos, esas características físicas los convertían en objetos portátiles, que cabían en el bolsillo de una chaqueta o un delantal, además de contar con el tamaño adecuado para ser abiertos y leídos en espacios como los carros urbanos del transporte público -que luego serían reemplazados por tranvías y autobuses o microbuses- y situaciones similares de sociabilidad de las urbes en proceso de modernización y crecimiento acelerado. Se podría agregar que eran también bastante prácticos para ser leídos-cantados de manera colectiva o grupal, como en reuniones sociales, políticas, y religiosas, tanto como en fiestas, paseos y celebraciones de distinto tipo. Paseo campestre de la Sociedad de Albañiles, Luz y Reflejos, nº 9, Santiago, segunda quincena de marzo de 1905, p. 71.

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