En los años sesenta y setenta, Chile acogió a varios intelectuales brasileños que, junto con sus colegas chilenos y latinoamericanos en general compartieron un período de gran creatividad académica. Chile funcionaba como un campo fértil para el desarrollo de una visión latinoamericana de la región y de su inserción en el mundo. Santiago constituía un espacio privilegiado de convivencia humana que sirvió, además, para que se crearan fuertes lazos personales entre brasileños y chilenos de esa generación.
La marca registrada de ese período fue la "teoría de la dependencia" en sus varias versiones. Aunque se pueda discutir el alcance analítico de esas teorías, lo fundamental es que en ellas se refleja claramente un esfuerzo conjunto de reflexión, amplia y sistemática, hecho por pensadores latinoamericanos que centran su quehacer en América Latina, a partir de sus características estructurales específicas.