Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile

“H ay un fusilado que vive”, fue la frase que escuchó Rodolfo Walsh en 1956 en un café de la localidad argentina de La Plata, seis meses después de la ma- tanza que sería decisiva en su vida. Tenía 29 años y escribía cuentos policiales, había publicado su primer libro, Variaciones en rojo (1953), y realizaba traducciones y trabajos de correc- ción para la editorial Hachette. Pero fue aquella frase —que en sí misma condensa toda una historia— la que desencadenó la investigación de Operación Masacre , su obra más conocida, que anticipó parte de la alianza que signó la literatura del siglo XX entre el “nuevo periodismo” y la novela de no-ficción. Walsh mina las antiguas fronteras para fundir los géneros, inaugurando otro. Aporta un episodio a una historia ligada al Allan Poe de El misterio de Marie Rogêt (1842), esa recons- trucción del crimen de una vendedora de cigarros a partir del montaje de la declaración de los testigos y de la información de los diarios. Un dispositivo narrativo que encontraría discí- pulos aventajados en todas sus variantes: el Carlos Droguett de Los asesinados del Seguro obrero (1940); el González Ro- dríguez de Huesos en el desierto (2002) o su bifurcación en la novela en el Piglia de Plata quemada (1997), quien afirmaba: “en el medio entre la novela de enigma y la novela dura está el relato periodístico, la página de crímenes. Los hechos reales”. Aquella frase que modificó su tranquila vida en la provin- cia, lo involucró en la búsqueda frenética de los sobrevivientes de un fusilamiento clandestino en la zona de José León Suárez bajo el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu. El pro- pio Walsh dirá que luego de esa investigación ya no volvería a ser el mismo, comprometiéndose con el “violento oficio de escribir” hasta ese último gesto de denuncia: la carta abierta de un escritor a la Junta Militar , redactada la noche anterior a su desaparición, ocurrida el 25 de marzo de 1977, al día si- guiente del primer aniversario de la instalación de la dictadura cívico-militar argentina. Ese día, mientras dejaba las primeras copias de su carta en buzones de Buenos Aires para luego re- unirse con un militante de Montoneros —quien había sido torturado para revelar el lugar del encuentro—, Walsh fue emboscado por agentes de la Armada, secuestrando su cuerpo moribundo del nunca más se supo, inaugurando el mito. * * * RodolfoWalsh Gill había nacido el 9 de enero de 1927 en Choele Choel, provincia de RíoNegro. Su padre, de origen ir- landés, mayordomo de estancia, decidió cortar cadenas y bus- car su propio lugar estableciéndose en la localidad de Juárez. Durante su infancia, su familia estaba sumida en la pobreza y Rodolfo y sus tres hermanos se dispersaron. A él lo internaron en un colegio de curas irlandeses para niños pobres, lo que sería la trama y el escenario de sus cuentos de “irlandeses”: “Escribir es escuchar”, decía Rodolfo Walsh como manual de procedimiento. Una labor signada por esa breve sentencia: la de un observador atento, en permanente estado de alerta, poseedor de un olfato único para captar los fugaces destellos de la realidad y darles sentido en una crónica. En una época en que se imponen realidades alternativas y verdades ambiguas, su palabra viva —inteligente, rebelde e incisiva— se vuelve imprescindible. POR FELIPE REYES F. Walsh Rodolfo E L V I O L E N T O O F I C I O D E E S C R I B I R Fabián Rivas 39

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