Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile
La pensadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui nos advierte de lo que ella ha llamado palabras mágicas . No se trata de palabras que hacen aparecer cosas sorprendentes o que despiertan nuestra imaginación. Son aquellas que, por su carácter seductor y su uso repetitivo, comienzan a vaciarse de significado. Esto es relevante en momentos en que antiguas palabras mágicas irrumpen con nuevos vientos en la discusión nacional: libertad, patria, paz, orden y seguridad. POR PAULA ARRIETA GUTIÉRREZ A fines de los años 90, Nicolas Bourriaud publicó Estética rela- cional , un marco para leer ciertas prácticas artísticas aparecidas la última década del siglo pasado basadas en la interacción so- cial. Las obras relacionales no son un objeto tradicional de arte como una pintura o una escultura, sino una experiencia de convivencia social. De esta manera, diferentes museos han albergado cenas, bailes y eventos-obras que transforman al antiguo espectador —observador medianamente pasivo frente al objeto de arte— en parte constructiva de la obra, protagonista de ella. Esta propuesta, tanto artística como teórica, se ha mantenido en el espacio álgido de la discusión hasta hoy. Entre las miradas más críticas, destaca la de la historiadora del arte Claire Bishop, quien recurre al con- cepto de antagonismo planteado por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Su argumentación podría resumirse así: si existe un tipo de arte que se construye a partir de la interacción social y las relaciones humanas, ¿no deberíamos preguntarnos qué tipo de relaciones se están construyendo? Y aún más, ¿quiénes las están construyendo? Es decir, estas cenas y bailes en el espacio del museo o la galería son asumidas como experiencias demo- cráticas —democratizadoras del escenario artístico, incluso— sin indagar antes en el sentido ético y político de estos intercambios. Si una estrategia artística abre un espacio de democracia, ¿no debería considerar las tensio- nes y disensos propios de las relaciones entre las personas? A pesar de estas reflexiones, la influencia de estas estrategias es enorme, y las obras relacionales se han vuelto cada vez más habituales en América Latina. En muchos casos, ya no se trata de una resistencia a la desarticu- lación neoliberal del lazo comunitario, sino de su apropiación por parte de los sistemas de circulación de las industrias culturales. Un ejemplo: en Chile, en 2016, la entonces Subsecretaría de las Culturas y las Artes lanzó una convocatoria de fondos de creación llamada Residencias de Arte Co- laborativo. Según la descripción del concurso, se entiende el arte colabora- tivo como aquel que “se centra en los contextos sociales, tiene un carácter de intercambio horizontal e inclusivo respecto de quienes participan de su proceso colectivo (…), ya sea entre varios artistas/trabajadores culturales, así como con y entre diversos actores locales de comunidades específicas. Las prácticas colaborativas desde el arte conciben la obra más allá de la producción o la creación de objetos estéticos, instalando una trama de re- laciones con diversos campos del conocimiento y prácticas locales (…), aportando así a la resolución de conflictos, la intervención y la transforma- ción del entorno social, político y cultural”. Esta definición presenta varias dificultades. Me detendré en dos que me parecen cruciales. En primer lugar, se da por sentado que las prácticas artísticas pueden jugar un rol en “la transformación del entorno” o en la “resolución de conflictos”, los cuales, se asume, no han podido ser aborda- dos de buena manera por la misma comunidad sin el artista. Esto podría ser posible, pero es sin duda un principio a revisar. Porque de igual forma se podría afirmar que el papel del arte contemporáneo consiste en lo con- trario: tensar los escenarios, introducir preguntas, desplegar el conflicto. Pero más importante aún es el uso reiterado de varias palabras que parecen funcionar como un talismán: lo colectivo, lo colaborativo, la comunidad. ¿Qué significan realmente estas palabras? ¿Qué es lo que están nombrando? La pensadora y activista boliviana Silvia Rivera Cusicanqui nos ad- vierte de lo que ella ha llamado palabras mágicas . No se trata de palabras que hacen aparecer cosas sorprendentes o que despiertan nuestra imagi- nación. Las palabras mágicas son aquellas que, por su carácter seductor y Las palabras mágicas 18
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