Palabra Pública N° 24 2021 - Universidad de Chile
causa última del fenómeno hay que buscarla, sin duda, en el despliegue del capitalismo global y de la batería teórica que lo legitima y defiende. Consecuencia de esto es el repliegue y, con él el rebrote de las que, sin ningún ánimo menoscabador, me gustaría nom- brar como identidades “tribales”. Va a ser la pertenencia a la “tribu” la que renazca dialécticamente como una alternativa viable de respuesta a la pregunta por la relación con el otro. Las mujeres, los pueblos originarios, las diversidades sexoge- néricas, los jóvenes, empiezan a mostrar cada grupo un per- fil propio y a exigir que la especificidad de su diferencia sea atendida. Fue el problema que preocupó a AlainTouraine en ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes (1997), donde es- tudió el choque contemporáneo entre la “cultura global” y las “identidades culturales”, y en la consecuente procura de refugio y resistencia de los sujetos que se sentían lesionados por el proceso de globalización en y desde sus diversidades comunitarias. Inquieto por el sesgo egoísta, sectario y autori- tario que una radicalización de la demanda por la diferencia podía/tiende a adoptar, aunque sin desconocer por eso el derecho de los diferentes a empujarla y hacerla efectiva, Tou- raine se inclinó por una recomendación de sensatez, esto es, por el llamado a la construcción de un sujeto en el que esas identidades dispares converjan, se contrapesen y convivan. En América Latina, será el chileno José Bengoa quien se adelante a formular la misma aprensión en La emergencia indígena en América Latina (2000): “Los indígenas han cues- tionado las bases del Estado Republicano Latinoamericano, construido sobre la idea de ‘un solo pueblo, una sola Nación, un solo Estado’”. Por lo mismo, considera que “la ruptura del concepto nacional populista de ciudadanía es fundamental para comprender la emergencia étnica en América Latina” en los 90. En cuanto a su propuesta, se muestra más cauto: re- conoce que la demanda de autonomía en la emergencia indí- gena “está cuestionando las bases mismas de la conformación social y política de nuestros países”. Entre tanto, opta por en- tregarle su voto a una “sociedad multiétnica y multicultural”, eso en los mismos momentos en que en países como Ecuador y Bolivia se empezaba a hablar ya de un Estado plurinacional. Pero, aun percibiéndolo y abordándolo parcialmente, a lo que no se le dio entonces la importancia debida fue a la parte que les cabía a los intereses y maquinaciones del capitalismo en la raíz del problema. Porque no se trataba únicamente de la respuesta reactiva de unos sujetos a los que acosan las tendencias homogenizantes que los dispositivos del capita- lismo globalizado descargan sobre ellas/ellos, sino que, muy a menudo, eran los desmembramientos que el capitalismo globalizado provocaba para su propio beneficio. Samir Amin de nuevo: “Existe una estrategia política global para dirigir el mundo. Su objetivo es asegurar la máxima desintegración de potenciales fuerzas anti-sistema, facilitando el declive del sistema estatal. Es decir, que haya tantas Eslovenias, Cheche- nias, Kosovos y Kuwaits como sea posible. La utilización de las demandas de ser reconocidas e incluso la manipulación de las mismas, son todas bienvenidas en este sentido. Cuestio- nes como comunidad, afiliación étnica, religión, o cualquiera otra forma de identidad son por tanto una de las mayores preocupaciones de nuestra era”. No está abogando Amin por un desconocimiento de las diferencias, una acusación que él anticipa y refuta. Lo que está diciendo es que el capitalismo impone mejor su domi- nio y lo mantiene con mayor eficacia en un mapa global desmembrado y que eso es algo acerca de lo cual es preciso precaverse. Es el síndrome de “etnofagia” de que habla Díaz Polanco, es decir, la habilidad del capitalismo para cooptar, fomentar, devorar y nutrirse con las diferencias de no impor- ta qué signo. Cualquiera sea el caso, sin embargo, a mí me resulta evidente que los postcoloniales, los practicantes de la devoción del fragmento y que de esa manera aseguran estarse oponiendo a la globalización, están remando a su favor. En suma: la tarea que el fondo conceptual del discurso de Boric está anunciando, y que él tratará de poner en eje- cución, es diáfana y correcta: unir a la comunidad nacional, pero sin meterla por eso en una camisa de fuerza. Ni en una camisa de fuerza de ultraizquierda (la que pone en el centro a la clase obrera o al pueblo todo y afirma que cualquier identi- dad que no sea esa es inadmisible) ni menos en una de ultra- derecha, para la que tampoco existen las diferencias. Como es sabido, esta segunda fue la íntima convicción de Pinochet y de la oligarquía, forjadora de una identidad nacional que se dice igual para todos, pero que en realidad es desigual, hecha para su particular consumo. De paso, y como se sabe, el ultranacionalismo es uno de los rasgos claves del fascismo y su consecuencia previsible es la xenofobia. Celebremos, pues, la diferencia, pero que esta nos sirva no para destruir la nación, sino para fortalecerla y enriquecerla, facilitando que los desacuerdos se expongan y se discutan ra- cionalmente, haciendo del disentir y de su superación una ne- cesidad virtuosa. En mi opinión, donde este principio se ac- tualiza hoy en Chile de la mejor manera es en la Convención Constitucional. Ese cuerpo de chilenos, que está compuesto por el grupo más variopinto del que se tenga registro en la historia de nuestras instituciones civiles, ha sabido sortear ese peligro. Tal vez sea por el trabajo en conjunto que realizan sus integrantes —todos o la gran mayoría—, que ellas/ellos se han dado cuenta de que sus identidades particulares, de etnia, de región, de género, de religión o lo que sea, por muy legítimas que sean y sin traicionarlas, no son incompatibles las unas con las otras, y sobre todo que no son incompatibles con la identidad nacional, la lealtad que las chilenas y los chilenos le debemos, para decirlo con las palabras del presidente Ga- briel Boric, a un país que no es el falazmente armónico de los oligarcas, sino uno que de verdad es el “de todas y de todos”, y en el que por eso “todas y todos” participamos con igualdad de derechos e igualdad de obligaciones. GRÍNOR ROJO Doctor en Filosofía de la Universidad de Iowa y Profesor Titular del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile. 12
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