Palabra Pública N°35 agosto - septiembre 2025 - Universidad de Chile

y desajustados con la realidad del cir- cuito regional al afirmar que Toro es una de las artistas “más radicales e importantes de América Latina”. En cualquier exposición, este tipo de afir- maciones solo enturbian el desarrollo de la visita y no sonmás que eslóganes vacíos queoperanmejor enelmercado del arte que en las exposiciones (¿qué es ser “la más radical”?). Además, la división en tres ejes —a saber: “cuer- po/Estado/violencia”, cuerpo/afectos/ feminismos” y “cuerpo/hogar/creen- cias”— es de una simpleza que asusta, ya que Fajardo-Hill lee tales conceptos como “temáticas” que la artista estaría tratando, es decir, convierte en reper- torio iconográfico modos de pensar el mundo. Dicho de otromodo: lee como imagen una propuesta que, al tener al cuerpo como centro, no es ilustrativa, sino experiencial. No quisiera profundizar más, ya que la mayoría de las decisiones curatoria- les seasemejanmás auna catalogación de conceptos demoda que a una lectu- ra situada del trabajo de Toro. La exposición, que ocupa toda el ala sur del museo, tiene una constante: la apuesta por los vestigios físicos de las performances de Toro como eje de la mediación hacia el público. Su traba- jo, que es casi todo performático, se ve reducido a ratos a un fetichismo algo dudoso porque reafirma el carác- ter material de las obras de arte y, en ese sentido, no es capaz de imaginar formas alternativas de movilizar el archivo de experiencias que supone su corpus de obra . Vestidos rasgados, guantes, libros y otros objetos vienen a nosotros como una suerte de recor- datorio de que lo que pasó—ilustrado por las fotografías y videos— no es virtual ni imaginario. Esta costumbre fetichista es muy recurrente en mu- chos artistas de la performance, que a veces podemos percibir como un coqueteo con la institucionalidad ar- tística (museos y galerías), que no lidia bien con las obras desmaterializadas. Las obras pictóricas de Toro resul- tan un tanto desconcertantes, porque parecen perdidas en un universo de piezas que hablan otra lengua. La pro- pia artista, en los testimonios que da sobre su trayectoria, habla de “pintu- ras y dibujitos” que no le servían para dar cuenta del horror en el cual inició su trabajo (durante la dictadura cívi- co-militar), y luego uno se encuentra con lienzos que recurren a un len- guaje entre baconiano e informalista, es decir, algo bastante tradicional. A lo largo de la exposición, dichas pin- turas se sienten ajenas, incapaces de conectar con el cúmulo de documen- tos y registros en los que justamente se consigna la familiaridad con la que Toro maneja la performance. El recorrido no termina de armarse delmodoenque lacuraduríapropone, ya que asume el formato de antología, que si bien cumple con ser una selec- ción de trabajos, no lo hace en lo que respecta a dar unidad de sentido al conjunto de operaciones que Toro ha trabajado en su carrera. No hay, de hecho, un relato histórico o biográfico que dé cuerpo a lo que la exposición —según la curadora— “tematiza”. Simplemente hay una reunión de obras y ya. Eso sí, no nos perdamos: nada de esto que digo implica en caso alguno que Toro y su obra puedan ser siquiera cuestionadas en su legiti- midad. A la intolerancia no hay que cederle ni un milímetro. janet toro: intimidad radical. desbordamientos y gestos Museo Nacional de Bellas Artes José Miguel de la Barra 650, Santiago Hasta el 7 de septiembre Alejandra Fuenzalida 57

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