Palabra Pública N°35 agosto - septiembre 2025 - Universidad de Chile
palabra crítica diego parra Crítico e historiador del arte con estudios en edición. Docente de Historia del Arte de la Universidad de Chile. Escribe enmedios especializados, en los que trabaja el vínculo entre arte y política. ¿Q ué hacer para enloquecer a los públicos más ra- dicalizados hoy en día? Simple. Usar un símbolo pa- trio en tu obra y ya, con esto habrá hordas de comentaristas de redes sociales hablando sobre cómo tu trabajo traiciona al país. De pasada, llegarán algunos extremistas a tra- tar de atacar tus piezas físicamente (y más de alguna amenaza virtual también van a proferir, pero desde el anonimato). La fórmula es sencilla y se repite en casi todo el mundo, donde la oleada reaccionaria ha intentado condenar no solo lo que llaman woke , sino además casi todas las formas de crítica social que operen mediante el arte contemporáneo (que también consideran woke o parte de algu- na conspiración global). Odiar es la norma, no importa que los ataques a cierto sector intelectual sean incone- xos y algo exagerados, lo esencial es movilizar odio en las redes y usarlo como motor de malestar. Esto último fue lo que le ocurrió a Janet Toro (1963) con su exposición Intimidad radical. Desbordamientos y gestos en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde su obra "La bandera en los tiempos de la indignación" (2019) fue el eje de una serie de ataques. No hay duda que en épocas donde la estupidez es legitimada por la can- tidad de likes que se logra obtener, cualquier cosa es posible, incluso lo que uno pensaría que fue superado hace mucho por diversas razones (¿hay alguien que cuestione en serio la legitimidad de la libre expresión?). Sin embargo, es preocupante que lo que se tome la agenda comunicacio- nal sea el reclamo febril de un grupo de fanáticos, y no surja rápidamente una voz racional que “ordene” el de- bate hacia marcos humanistas en los que podamos entendernos (ahora los ataques desaparecieron, pero siguen siendo una mancha en la historia de la exposición y, además, un mal rato que Toro no va a olvidar). No es posible negarnos a brindar apoyo y solidaridad a la artista y al museo cuando algo así ocurre, ya que los ataques, por descabellados e inverosímiles que parezcan, son una realidad que se cierne sobre todos los que trabajamos en el campo cultural. Basta ver cómo el gobierno de Do- nald Trump ha castigado a diversas instituciones culturales y educativas estadounidenses —por formar par- te de lo que considera una cultura decadente y corrompida— para en- tender que estas amenazas son un método de disputa real que debe ser abordado con seriedad. Sin embargo, como suele pasar, lo que de verdad importa —las obras y sus modos de desplegarse en el espa- cio público— termina sepultado bajo todas estas cuestiones. Durante días se habló de Toro y su exposición, pero nadie se refirió realmente al tema, solo se habló de la performance física y virtual de sus detractores. Por mi parte, siempre teniendo en cuenta el contexto en el que esta exposición se desarrolló, no puedo desconocer mi incomodidad con la propuesta general. Me ha sido difícil, de hecho, lograr un enfoque que no pierda de vista que cualquier crítica es tenida por “fuego amigo”, dada la fragilidad del debate público. Pero no puedo dejar de lado que cualquier obra, por contextual que sea, merece también ser leída estéticamente (no solo como “documento social”, sino también como “obra de arte”). La primera cuestión que conviene consignar es el total extravío de la cu- raduría de Cecilia Fajardo-Hill, quien recurre a conceptos grandilocuentes Janet Toro: Intimidad radical. Desbordamientos y gestos, en el mnba La experiencia no es un tema artes 56
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