Palabra Pública N°35 agosto - septiembre 2025 - Universidad de Chile
vela moderna son unos traidores, precisamente porque comprenden, porque habitan la contradicción en nombre de su personalísimo juicio so- bre la realidad, porque están poseídos por el tropo retórico fundamental del género, que es la ironía, la distancia con respecto al mundo narrado. Y en algún sentido el Cercas que narra El locodeDios en el findelmundo pertenece a esa estirpe ilustre. En otro sentido, sin embargo, se aleja de esa tradición, o bien intenta alejarse de ella. Todos esos narradores comprenden el mundo del que ha- blan, claro, pero al mismo tiempo saben menos de él y tienen una agu- da conciencia de esa falta. Aunque detesta a la aristocracia francesa de la restauración borbónica, Stendhal admira desmedidamente a Napoleón, que fue nada menos que emperador de Francia. La Jane Austen de Orgullo y prejuicio , pese a todas las lecturas románticas que pueden hacerse del libro, está bastante a favor de las unio- nes razonables, para nada inspiradas por la pasión. Con esto quiero decir que la novela, como género, tiene una visión y una ceguera, y ha aprendido a convivir con ambas. Me parece que El loco de Dios en el fin del mundo propone un trato desigual, uno que ni Jane Austen ni Stendhal aceptaron nunca: toda la visión del narrador moderno, pero nada de su ceguera. El narrador que es y no es Cercas busca saberlo todo, estar al tanto de todo, aprobar lo bueno y reprobar lo malo, creer y no creer, pero sin mancharse con la mugre que necesariamente impli- ca saberlo todo, aprobar o rechazar, creer o descreer en el reino de este mundo. En ningún otro dominio ese trato es tan evidente como en el de la desnuda fe religiosa. Cercas intenta (y parece lograrlo, aunque sabemos que es imposible) estar dentro de la certeza cristiana y fuera de ella, iden- tificado y distanciado de Francisco, de su madre, de los misioneros que consumen su vida en Mongolia. As- pira, creo, a una posición intermedia que es justamente lo que la novela rechaza. La narración moderna no es objetiva, como han querido decirnos tantas veces con el pretexto débil de alguna declaración de Flaubert. Si algo cierto puede decirse de ella, es lo contrario: intenta ver, sí, pero engas- tada en el mundo material y en sus servidumbres. ¿Cómo entendería- mos, entonces, la admiración que el muy marxista György Lukács sentía por Balzac, monarquista a ultranza y al mismo tiempo pintor sin igual de la cultura burguesa? Demasiado lastrada por una impo- sible objetividad, El loco de Dios en el fin del mundo solo puede cumplir a me- dias su promesa. Es cierto, es un texto sin ficción, pero creo que no es com- pletamente una novela, demasiado pendiente demantener a raya su punto ciego, sus adhesiones inconscientes. el loco de dios en el findelmundo Javier Cercas RandomHouse, 2025 488 páginas 55
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