Palabra Pública N°35 agosto - septiembre 2025 - Universidad de Chile

grado siete para arriba columna E l primero que me sacude la memoria es el de la tarde del plácido domingo 22 de mayo de 1960, conocido como el terremoto de Valdivia o el maremoto de Corral. Un cataclismo, un 9,5, el mayor sacudón que ha dado el mundo. El mar se salió de madre, remontó el curso de los ríos, saló lagos de agua dulce y se tragó pueblos enteros. Uno de mis tíos estaba subido a una escalera pintando la casa, una posición in- cómoda para afrontar el sacudón. Se cayó de la escalera y encima le cayó el tarro de pintura. Él se decía afortunado porque solo se rompió la clavícula, una nadería comparada con lo que vivió tanta gente. Era jo- ven y se recompuso enseguida para afrontar los sacudones que en su vida iban a ser frecuentes. Yo estaba enprimera de preparatoriayvivíaenunvalle transversal del centrodeChi- le, donde en las semanas siguientes veríamos llegar a varias familias de damnificados que huían del sur. Años después conocí a una comunidad de lafquenches originarios de Tol- tén que, habiendo perdido todo, fueron reubicados en unas tierras áridas del interior. No solo cambiaron de domicilio, también cambió radicalmente su relación con el mar: “El mar es cosamala, revoltura”, les escuché decir. A todo esto, que el mar de Chile se llame Pacífico ¿es una broma o es idea mía? Cinco años más adelante, estaba escuchando misa al mediodía de un domingo de marzo de 1965 cuando se desató un 7,4, conocido como el terremoto de La Ligua. Bajé a la carrera desde donde estaba por una escalera de caracol estrecha y sin ventanas y de más está decir que el trayecto se me hizo larguísimo escuchando los gritos de “misericordia” que daban los fieles. El cura que oficiaba trató de calmar los ánimos, pero en cuanto se vino abajo el tabernáculo y los Cristos crucificados se precipitaron de sus cruces, desapareció del escenario. Echamos a correr hacia la puerta y, en el tumulto, mi hermano recogió a una niñita que estaba a punto de ser pisoteada y la sacó en vo- landas a la calle, donde la recuperó su madre. Esa madre nunca supo que su hija estuvo a un paso de morir aplasta- da ni la niña tampoco. Tal vez sea mejor así. El último que viví, y espero que de veras sea el último, también fue un domingo de marzo. Corría 1985, la dicta- dura se negaba a irse, y tras el potente remezón, 8,0 en este caso, nos reunimos con los vecinos a las afueras del edificio y hablamos hasta por los codos de qué hacíamos en el momento de los quiubos y, ya puestos a contar, con- tamos con lujo de detalles los terremotos anteriores que también habían caído un día domingo. Porque los terremotos tienen esto de particular y es que en un primer momento nos dejan mudos y para dentro, y luego desatan una locuacidad de sobrevivientes, unas ganas locas de hablarlo todo para exorcizar el miedo. Tam- bién porque un pueblo con cultura sísmica no ignora que un terremoto, por fuerte que sea, puede ser el prolegómeno de otro más fuerte aun y en cualquier caso que detrás del terremoto vendrán las consabidas réplicas. En ese corrillo estábamos cuando apareció un vecino muy pero muy discreto. ¿Dónde estabas?, le pregunta- mos, nos preocupábamos por ti. En el cine, nos dijo. ¿Ah, y en qué cine?, preguntó el infaltable curioso. En el Roxy, respondió. Ahí nos sonreímos todos para adentro porque era bien sabido que en el programa del Roxy las películas eran de grado siete para arriba. Esa tarde creo que daban La profesora de lenguas y Labios de sangre . Poco después, El chacotero sentimental daría carta de ciu- dadanía a la tradición popular de valerse de la escala de Los terremotos nos dejan mudos y luego desatan unas ganas locas de hablar para exorcizar el miedo. Porque un pueblo con cultura sísmica no ignora que un remezón, por fuerte que sea, puede ser el prolegóme- no de otro más fuerte. Dicho sea de paso: que los sacudones más movidos se pro- duzcan un plácido domingo puede querer decir que hay que irse con cuidado con el humor de la naturaleza. antonio de la fuente Periodista y traductor. Dirigió las revistas La Bicicleta , uno de los principales medios culturales durante la dictadura militar, y Antipodes , publicada en Bruselas. Vive entre Bélgica y España. 24

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