Palabra Pública N°35 agosto - septiembre 2025 - Universidad de Chile

mar prácticas que perpetúan la pérdida de biodiversidad. No todos los ecosistemas nuevos sondeseables ni funcionales, y muchos de ellos representanmás bien el colapso de relacio- nes ecológicas milenarias. La velocidad de los cambios y del movimiento que mezcla especies en nuevas comunidades no tiene precedentes. La migración —como fenómeno ecológico y social— no tiene sentido sinoensudimensiónética.Así como sediscute el derecho humano amigrar, es necesario abrir el debate so- bre el “derecho a moverse” de los organismos no humanos. En el fondo, es una cuestión profundamente política: ¿quién tiene derecho a moverse? ¿Bajo qué condiciones es legítimo el desplazamientode especies, yqué responsabilidades tene- mos como sociedad para facilitar omitigar susmovimientos tanto a nivel de individuos como de especies completas? Observemos el fenómeno de las migraciones humanas forzadas por el clima. En el Pacífico, islas como Tuvalu y Ki- ribati están perdiendo territorio debido al aumento del nivel del mar. Comunidades enteras están siendo desplazadas de sus hogares ancestrales, no por guerras o persecuciones, sino por procesos a nivel de la atmósfera completa. Lo mis- mo ocurre con comunidades indígenas y tradicionales en zonas costeras del mundo, que enfrentan la amenaza del avance del mar y la pérdida de sus hogares y fuentes tradi- cionales de subsistencia. La injusticia es evidente: quienes menos han contribuido al cambio climático son los quemás sufren sus consecuencias. Esta situación revela una profunda desigualdad en la dis- tribucióndel riesgoclimático. Lasdecisionesquehanllevado a la crisis actual—como laquemadescontroladade combus- tibles fósiles, la deforestación y la expansión urbana— han sido tomadas, en su mayoría, por países industrializados y corporaciones transnacionales. Sin embargo, son las comu- nidades del sur global y las especiesmás vulnerables quienes pagan el precio. En este contexto, hablar de justicia climática noesun lujoacadémico, sinounanecesidadmoral ypolítica. Chile tiene la oportunidad de liderar la protección de la biodiversidad, pero el modelo económico actual impulsa la expansión de la frontera productiva sin considerar los lími- tes físicos y ecológicos del territorio. Las decisiones que se tomen hoy sobre el uso de las tierras y mares, la protección, expansión y restauración de áreas naturales y la regulación de industrias extractivas tendrán consecuencias irreversi- bles en ladistribuciónde lavida. Por ello, esurgente repensar el territorio no como un recurso a explotar, sino como una comunidad de vida en la que humanos y más que humanos habitamos juntos. Todo lo anterior nos confronta con preguntas fundamen- tales: ¿qué vidas consideramos dignas de ser protegidas? ¿Qué es justicia en un planeta compartido? Hay que reco- nocer que la migración es un derecho, pero también una tragediacuandose imponepor ladestrucciónde loshábitats. Chile, país de migraciones (humanas, más que humanas y, a veces, inhumanas), está llamado a ser un actor reflexivo en este debate global. La solución será construir unnuevopacto ético con elmundomás que humano. Porque si hay algo que el cambio climático nos ha enseñado, es que todas las espe- cies estamos enmovimiento. ¿Pero a dónde queremos ir? Una manada de búfalos se sumerge en el río para escapar del calor en Shariakandi, Bangladés. En el último tiempo, las temperaturas se han disparado en toda la región. Crédito: Muhammad Amdad Hossain / NurPhoto vía afp 13

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