Palabra Pública N°34 mayo-junio 2025 - Universidad de Chile

palabra crítica R elacionándolo a los oríge- nes del cine, un poco en serio, un poco en broma, Joaquín Cociña, uno de los codirectores de Los hiperbóreos , se- ñalaba en una intervención luego de la proyección de la película, que él sentía que su trabajo se insertaba en el “lado Méliès” del cine chileno, dejándole el “lado Lumière” a realiza- dores como José Luis Torres Leiva o Alejandro Fernández Almendras. Mientras estos operaban más desde el plano y la contemplación, su traba- jo se enfocaría en el trucaje, el engaño, la chapucería. A partir de esta idea, podríamos pensar deter- minadas estéticas del cine chileno bajo un impulso co- mún, una suerte de retorno a las preguntas basales, inaugurales del cine como experiencia sensible. En este caso, el montaje, la ilusión, la ficción como alteridad parecen ser el centro de una dislocada “thriller-co- media”, cuyo tratamiento formal y material subsume a la narración. En el nivel argumental, hablamos de una trama laberíntica que estaría narrada por la actriz Antonia Giesen, quien, a partir de la reconstrucción de una película perdida de los pro- pios Cristóbal León y Joaquín Cociña, se sumerge en una historia donde se pierden los sentidos de realidad. Los hiperbóreos parte en el presente con Giesen investigando el caso de un paciente clínico que escucha voces y recita una especie de guion de fanta- sía y ciencia ficción. El relato tendría como base una novela del escritor esotérico y fantástico Miguel Serra- no, también conocido por su abierto nazismo, además de una suerte de có- digo encriptado. Desde aquí las líneas se bifurcan: por un lado, un mundo dictatorial donde un robótico Jaime Guzmán da órdenes a Giesen (ahora policía) para llevar a cabo la misión de recuperar la cinta; por otro, la búsqueda de un “metalero” al cual la misma protagonista ha realizado una terapia, quien tendría el frag- mento clave de la película perdida. Se trataría de una biografía de Miguel Serrano y su relación con el esoteris- mo y el nazismo, por no mencionar que los directores de la película esta- rían encarnando las ideas de Miguel Serrano, quien les da órdenes desde el más allá para resucitar al Führer. Desde el lado más formal, la pelí- cula comienza como una narración dirigida al espectador —un poco al es- tilo de Orson Welles en F for Fake (1976)— , situada en un escenario teatral que cons- tantemente se transforma. El primer nivel, “realista”, pron- tamente entra en juego con el del sueño, los mundos alter- nativos e incluso recreaciones “digitales” realizadas con ma- teriales reciclados, muñecos de papel maché y fragmentos de stop motion , donde Giesen tiene su propio avatar de cartón. Así, estamos frente a un mundo inestable que, además, los realizadores todo el tiempo buscan romper. El punto de vis- ta establece una narrativa de complot —¿quién narra?—, en la que rápida- mente perdemos parte del hilo: a quién seguimos, para qué, a lo que se suma el hecho de que los realizadores incorpo- ran datos reales como el nombre de la actriz ode los suyos propios, además de sucesos históricos concretos. iván pinto Crítico de cine e investigador. Académico UniversidadMayor. Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña Los límites de la extrañeza cine "Mientras la cuestión paródica y el humor están claros, la suma de guiños a la ficción y la metaficción, por no hablar de los juegos literarios y las referencias cinematográficas, suman una acumulación barroca de elementos que no siempre llega a puerto". 60

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