Palabra Pública N°34 mayo-junio 2025 - Universidad de Chile

L os que fabrican guiones para Netflix han reve- lado un recurso que desde hace un tiempo los conminan a aplicar: cuando un personaje está haciendo algo, además de hacerlo, debe decir qué es lo que hace. Decirlo en voz alta, explicitarlo. ¿Y eso por qué? Porque han detectado que, cada vez más, quie- nes estánmirando una serie en la pantalla de un televisor o una computadora, apartan la vista hacia esa otra panta- lla que llevan siempre consigo: la del celular. Es decir que ya no están mirando esa serie que están mirando, sin por eso sentir que no la están mirando (no van a poner pausa, no van a volver atrás para ver lo que se perdieron). El no mirar habita ahora el mirar, lo agujerea desde adentro. Si el personaje no explicita lo que está haciendo (tirar una carta, guardar un libro, sacarse la corbata, lagrimear), el espectador no se entera, se desorienta, pierde el hilo. Se sabe que existen casos, y no son necesariamente pocos, de quienes en un estadio de fútbol se han perdi- do de ver un gol porque acababan de sacarse una foto (de espaldas al campo de juego, claro, para que el campo de juego apareciera en la imagen) y luego la estaban su- biendo a las redes (bajaron por ende la vista hacia esa pequeña pantalla que llevan siempre consigo: la del celular). Los goles en las transmisiones televisivas se re- piten infaltablemente, y varias veces, y desde distintos ángulos; en la vivencia directa del estadio, en cambio, es lo irrepetible por definición. Si alguien se los pier- de, ya no se recuperan. Si no se ven, ya no se vieron. Y a muchos les pasa eso. Estando ahí, se los pierden, se dis- traen, no los ven. En los programas de televisión con panelistas, que hoy son la mayoría, suele verificarse la siguiente circunstan- cia: mientras uno de ellos habla, los otros lo desoyen o lo oyen apenas a medias, no le prestan atención o se la prestan muy ligeramente. ¿Y eso por qué? Porque se han puesto a mirar automáticamente esa pequeña pantalla que llevan siempre consigo: la del celular. No importa si el que habla está respondiendo a alguna cosa que ellos mismos antes dijeron, o si está diciendo algo a lo que ellos mismos de inmediato van a responder. Mientras habla, mientras dice lo que dice, se distraen, no lo oyen. Es tal vez un signo de los tiempos: estamos cada vez más desconectados. Así como estamos normalmente abrumados de noticias y, sin embargo, cada vez más des- informados (y es que buena parte de ellas resultan ser meras operaciones, especulaciones sin confirmar o lisa y llanamente embustes), estamos también conectados, siempre conectados, nunca no-conectados, y sin embar- go, o por eso mismo, cada vez más complicados para la conexión, o cada vez más impedidos de conectar, aun con aquello que nos gusta o nos interesa o nos compete, con algo que en verdad nos importa. No es para nada nuevo el gesto de soberanía del que elige la desconexión. Lo practica, por ejemplo, y desde hace mucho, cada lector que abre un libro y se pone a leer. Prefiere el texto que se dispone a leer antes que el contexto real en el que se encuentra (el caso extremo en todo esto es sabidamente don Quijote de la Mancha); es por eso que se desconecta de una cosa (el mundo en tor- no), para mejor conectar con la otra (el libro que tiene en las manos). Pero esa desconexión responde ante todo a una voluntad y un deseo, habilita una compenetración autárquica, y se resuelve muy comúnmente como dicha columna Siempre estamos conectados. Sin embargo, o por eso mismo, es- tamos cada vez más impedidos de conectar con aque- llo que nos gusta, que en verdad nos importa. La com- penetración se ha vuelto poco menos que imposible. El efecto que preva- lece, finalmente, no es de felicidad o disfrute, sino de agobio y hastío. martín kohan Escritor y profesor uni- versitario. Enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires. Ha publi- cado más de veinte libros, entre novelas, cuentos y ensayos. En 2007 obtuvo el Premio Herralde de Novela por Ciencias morales . desconectados 4

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