Palabra Pública N°34 mayo-junio 2025 - Universidad de Chile

de El llano en llamas , qué se escondía en esas historias deso- ladoras pero llenas de vida, en esas voces, en ese lenguaje tan deslumbrante que Rulfo convoca en su novela y que nos produjo tanta cercanía como extrañeza: ¿se podía hacer lite- ratura con esas voces, con ese lenguaje popular? Quizá por esas mismas fechas yo me iba a cruzar, en la biblioteca del colegio, conuna antología deNicanor Parra, y algunas cosas, otras, empezarían a cuadrar. Pero vuelvo a la lectura de Pedro Páramo , vuelvo además a la historia de Rulfo —esos dos libros y nada más, o poco más y para qué más en realidad, pues ya en esos cuentos y en esa novela está contenido un universo literario tan vasto como indescifrable, la genialidad de capturar un puñado de verdades que nos siguen estremeciendo. La literatura de Rulfo se parece mucho a esos fantasmas que deambulan por Comala: siempre parece hablarnos en pre- sente, siempre hay algo nuevo en ese montón de piedras a las que le dio una vida eterna. Y seguro que algo de todo eso sentimos cuando termina- mos de leer la novela y llegamos a la prueba y respondimos esa hoja llena de alternativas, sinmucho sentido, las pregun- tas, las respuestas, nos dio igual. La experiencia de leer un texto que luego nos permitiría comprender un montón de lecturas pasadas es algo que viví muy pocas veces. Pienso en Rulfo y en ciertas novelas de Faulkner y de Onetti y en algunos poemas de Gabriela Mistral, pero no mucho más: la capacidad de armar y des- armar el mundo y una forma de comprenderlo, abrir todo hacia un abismo y entregarse a aquella deriva: la oscura be- lleza de lo incierto. Rulfo estaba ahí, pero también, quizá a lamanera de “Ka- fka y sus precursores”, íbamos a hallarlo en otros libros, en otros autores chilenos que lo antecedieron. En el Alhué de José Santos González Vera, por ejemplo, o en los protago- nistas de las narraciones de Federico Gana que Raúl Ruiz llevaría al cine, en esa película indudablemente rulfiana que es Días de campo (2004): ya no el desierto sino el valle central y, sobre todo, aquellas conversaciones que no van a ninguna parte pero que están llenas de verdades; esas vo- ces, esos murmullos. Rulfo iba a ser, también, para muchos lectores, el ingre- so a toda una literatura, la mexicana, y a un sinnúmero de autores que se descubren y redescubren constantemente y que desde acá, desde el sur, se los lee con fascinación: abrir un libro de Jazmina Barrera, por ejemplo, te lleva a Josefina Vicens y a Elena Garro, pero también a Alfonso Reyes y a Alejandro Rossi, y a pensar una y otra vez en esa admirable libertad que tienen los mexicanos para abordar el género del ensayo y hacer lo que quieran con él: quizá sería hora de volver a mirar Papeles falsos , de Valeria Luiselli o Mudanza , de Verónica Gerber Bicecci, y reconocer el desparpajo para debutar en la literatura con libros tan hermosos como raros, o al menos inesperados. O perderse en los cuentos de Jesús Gardea e Inés Arredondo, o en las novelas de EmilianoMon- ge y Yuri Herrera, y quizá como siempre ocurre, después de todo, al final del camino—y de este texto—, irse un rato a la poesía y quedarse ahí, y pensar en Nicanor Parra recibiendo el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1991, en Guadalajara, y leyendo uno de sus famo- sos discursos de sobremesa, y detenernos en esos versos que dicen: “No cometeré la torpeza/ de ponerme a elogiar a Juan Rulfo/ Sería como ponerse a regar el jardín/ En un día de lluvia torrencial/ Una sola verdad de Perogrullo:/ Perfección enigmática/ No conozco otro libro + terrible/ Pedro Páramo dice Borges/ Es una de las obras cumbres/ De la literatura de todos los tiempos/ Y yo le encuentro toda la razón”. Daniel Akashi 44

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