Palabra Pública N°34 mayo-junio 2025 - Universidad de Chile

que todos los seres vivos, independientemente de la espe- cie a la que pertenezcan, deben nacer para poder existir. Dicho así, parecería una especie de tautología, pero no lo es. En primer lugar, el nacimiento es el hecho más ele- mental de la vida, la cualidad que distingue a lo vivo de lo no vivo. Solo nace quien vive, hasta el punto de que la misma palabra naturaleza deriva del verbo latino para “nacer”: la naturaleza es el recuerdo de quien ha nacido. Nacer no es sinónimo de existir. Al contrario, nacer signi- fica que para existir uno se ve obligado a tomar prestado, a utilizar un cuerpo o, mejor dicho, una carne, que ya está viva. Cada uno de nosotros no comenzó a existir en una porción de materia virgen: tomamos un poco de carne de nuestra madre y padre. To- dos los seres vivos son vidas de segunda mano, moléculas recicladas y usadas, que bus- can darle a esta carne otra forma, otro destino. Como los insectos, estamos obligados a transformar lo que los demás fueron, a utilizar lo que senti- mos, experimentamos y pensamos para convertirnos en lo que somos . Entender que existe una continuidad carnal y psíquica con todo lo que nos rodea nos ayuda a cambiar la relación con nuestro entorno. Tu filosofía a menudo desafía las dicotomías tra- dicionales entre naturaleza y cultura, humano y no humano. En un mundo cada vez más polarizado, ¿cómo podemos cultivar una comprensión más fluida y relacional de la existencia? —Se debería empezar por las ciudades. La antropología nos enseña desde hace al menos un siglo que la especie humana ha sido capaz de desarrollar una relación estable con zonas geográficas específicas y abandonar el estilo de vida de cazador-recolector solo cuando algunas comuni- dades decidieron vincular su existencia de forma fiel y permanente a un número relativamente pequeño de ár- boles y arbustos que podían proporcionarles alimento y refugio. Así nació el primer jardín: fue este extraño acto de fidelidad espacial y existencial a la vida vegetal lo que dio origen al entorno urbano. El jardín no es un elemento perturbador del tejido urbano, es el hecho urbano origina- rio. Esto es significativo porque atestigua que la relación entre las especies no es tangencialmente urbana. La rela- ción interespecífica no es solo la premisa, sino también la forma de todas las ciudades. En ese sentido, ¿cómo podemos generar una ciudad más respetuosa con todos los seres vivos? —El urbanismo es originalmente una realidad multies- pecie: coincide con un proceso de domesticaciónmutua en el que al menos dos especies se eligen y se convierten en su “hogar” ( domus ). Parahacerunaciudadesnecesariodomes- ticar una especie diferente y, viceversa, dejarse domesticar por ella: las especies vegetales nos han domesticado, han transformado nuestra especie en su nuevo hogar. Y desde este punto de vista, es indiferente que se trate de especies vegetales o minerales: cada ciudad es este movimiento que transforma una vida en el hogar de otra. Cada especie produce “urbanismo” al asociarse con otras, y viceversa, el urbanismo es siempre un síntoma de la coexistencia de al menos dos especies. Además, esta asociación es esencial para el sustento físicomismo de cualquier realidad urbana. Como han demostrado Ca- rolyn Steele yWilliamCronon, la imagen de la ciudad como un espacio geográfico física- mente habitado y ocupado por la comunidad de ciudadanos humanos bajo la autoridad de un único poder administrati- vo es ilusoria. Chicago, París, Buenos Aires, Pekín existen mucho más allá de sus límites administrativos y compren- den, de hecho, todas las tierras habitadas por todos los cultivos y el ganado necesarios para mantener las comunidades urbanas. Cada ciudad es una comunidad agrícola y ganadera interespecífica; mejor dicho, un proyecto agroganadero que a menudo elimina y exilia su condición de posibilidad fuera de su frontera sim- bólica. Esta evidencia debería cambiar radicalmente la idea misma de arquitectura y urbanismo. En un contexto de sobreinformación y acelera- cionismo, ¿cómo podemos recuperar el sentido del tiempo, cultivar una vida cotidiana más plena y signi- ficativa, y distinguir la desesperanza de la posibilidad de futuro? —Sin dejarse asustar por lo que sucede. Y repensando la idea misma de técnica. Para hacerlo, podríamos, por ejemplo, dejarnos inspirar por los Pokémon, ya que este juego nos enseña mucho sobre lo que es la tecnología y sobre cómo imaginar la ciudad del futuro. Puede parecer una provocación, pero hay al menos dos razones por las que deberíamos repensar la ecología a partir de Pikachu. Como todos sabemos, los pokémones son criaturas na- turales, como animales fabulosos o espíritus del bosque, con poderes increíbles. Los niños son sus entrenadores y para vincularse con ellos necesitan una serie de dispositi- vos de alta tecnología: pokédex, brazaletes y, sobre todo, pokebolas. Si es interesante y urgente dejarse inspirar por las aventuras de Ash y Pikachu, es porque sugieren que la relación con los espíritus sagrados de la naturaleza y la Tierra solo puede establecerse con el equivalente a nues- tros teléfonos inteligentes: son una fusión improbable pero eficaz de alta tecnología y chamanismo. Es difícil pensar en una idea mejor: la tecnología no existe para “Para hacer una ciudad es necesario domesticar una especie diferente y, viceversa, dejarse domesticar por ella. Y desde este punto de vista, es indiferente que se trate de especies vegetales o minerales: cada ciudad es este movimiento que transforma una vida en el hogar de otra”. 10

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