Palabra Pública N°33 dic 2024 /ene 2025 - Universidad de Chile
cesidad de evitarlo, se encaminarían históricamente hacia la conforma- ción, primero, de Estados nacionales y, luego, de una Federación Interna- cional de Estados (dado que la idea de un “Estado mundial” es algo que, según Kant, repugna a la razón). De esta manera, el filósofo parecía anun- ciar lo que siglos más tarde será la Organización de Naciones Unidas. De hecho, podría decirse que la existen- cia de la onu se funda en esa misma confianza “kantiana” como bastión del humanismo en el marco de la con- flictividad internacional. De ahí que Kant mencione la sabiduría que tuvo la naturaleza al haber “encerrado a la especie humana en una superficie esférica”. En sentido estricto, la con- fianza en la posibilidad de establecer acuerdos no es “optimismo”, sino la última frontera de la razón en la historia de esa figura esencial a la mo- dernidad: el Estado nación. Kant no conoció la realidad de la guerra en la época en que el enemigo iba a trans- formarse en “unamancha en el radar”, y en que el arsenal atómico reunido de las potencias es capaz de destruir cien veces el planeta. Esta capacidad de destrucción excede la escala humana de cualquier propósito. El concepto de complot , como lo ex- pone la filósofa italiana Donatella Di Cesare, diferenciándolo tanto de la “conjura” como de la “conspiración”, da cuenta del modo en que se representa hoy el poder: “sin rostro y sin nombre, que domina en todo momento y lugar, que de ningún modo puede asirse”. El complot es la forma en que compren- demos el mundo, cuando el orden de las cosas no se deja gobernar política- mente, cuando al intentar comprender un acontecimiento nos remitimos a “estados de cosas” antes que a deci- siones o propósitos particulares. El secreto abandona el poder. “¿No será que el secreto es que no existe el secre- to, como tampoco ningún fundamento último?”, escribe Di Cesare. El “secreto” es que el poder no es “humano”. Por lo tanto, la democracia resulta ineficaz contra la violencia del poder cuando este no se puede “democratizar”; sería como intentar democratizar el “orden internacional”. Al mismo tiempo, la defensa de la democracia puede ser, paradójicamente, el discurso de auto- rización del poder cuando se trata de su ejercicio imperial (Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973). En 1972, Richard Nixon, entonces presi- dente de los Estados Unidos, señalaba: “Creo que el mundo será más seguro y mejor si Estados Unidos, Europa, la Unión Soviética, China y Japón son fuertes y sanos, y se equilibran mutua- mente y no se enfrentan entre ellos, un equilibrio igualado”. Se trata, como sabemos, del Principio de Destrucción MutuaAsegurada. Esta representación geopolítica del mundo, protagoniza- da por las potencias mundiales, arroja invisibilidad sobre las violencias con- tenidas en los procesos particulares que acaecían bajo ese estado de no agresión en el que habría consistido la Guerra Fría. Entendida de esta ma- nera, la paz se sostiene en un clima de miedo e inseguridadmundial. El perio- dista Jon Lee Anderson se ha referido al eufemismo de esta expresión, pues en esas tres décadas y media, mien- tras las potencias no se enfrentaban directamente, murieron entre 30 y 40 millones de personas. ¿Cómo es que después de esas tres guerras mundiales no se extinguió el sentido mismo de un “mundo”? Ha- ciéndose cada vez más evidente que el establecimiento de una paz duradera depende de que esta sea mundial, ¿no queda manifiesta su imposibilidad? Cabe preguntarse si acaso el conflicto ha sido inherente al proceso mismo Imagen de la película Dr. Strangelove ( 1964), de Stanley Kubrick, obra maestra sobre la locura nuclear. 5
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