Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile

estudiosos contemporáneos ven a Kafka comounpionero de los estudios animales o de un posthumanismo avant la lettre . Sin embargo, no com- partimos aquí esta opinión. Kafka se inscribe en una tradición oral y literaria en la que los anima- les eran valiosos protagonistas: los mitos, los cuentos de hadas y las fábu- las. Los lobos, gatos, palomas, cisnes, ranas y serpientes de los cuentos de hadas son o bien ayudantes del hom- bre, o bien una amenaza para él (y en este último caso, son derrotados por las fuerzas del bien). Siempre se les asigna un lugar descrito con preci- sión en un mundo humano, aunque tengan rasgos fantásticos. Los mitos son diferentes. Aquí entran en juego fuerzas contra las que los humanos solo pueden imponerse con ayuda divina. Los animales de estos mitos tienen poderes sobrehumanos y no están asociados al reino animal, sino a los dioses: Zeus se transforma en toro, águila o cisne según sus intenciones; Poseidón en caballo, Artemisa en cor- zo y Acteón en ciervo. En todos los casos se invocan poderes sobrenatura- les y no los de los propios animales. En sus fábulas, Kafka atribuye caracteres humanos a los animales, pero desfon- da radicalmente la lección moral por la cual este género es famoso. Ni los poderes reconciliadores de los cuentos de hadas ni los poderes divinos, o al menos sobrehumanos, de los mitos o la lección moral de la fábula siguen existiendo. El cuento “El buitre” es una prueba de ello. Evi- dentemente, se trata de un sueño en el que el ave no se come el hígado de Prometeo, sino que picotea los pies descalzos del narrador. Un transeún- te que lo ve le pregunta por qué deja que esto le ocurra, a lo que el narra- dor responde que está indefenso. El transeúnte le dice que podría matar al buitre de un disparo y se compromete a buscar un fusil. El buitre, que ha oído esto, vuela, se lanza sobre el narrador y le clava el pico profundamente en la boca: “Mientras caía hacia atrás, sentí, liberado, cómo se ahogaba sin salva- ción en mis entrañas, inundado en la sangre que se derramaba a torrentes”. Ya no hay Hércules que salve al narra- dor y el fusil llega demasiado tarde. La pasividad de la víctima se convierte en un acto de defensa, con el efecto de que agresor y víctima mueren unidos en la sangre de la segunda. Lo que en la obra de Kafka po- dría apuntar a los estudios sobre la posthumanidad y los estudios sobre animales, pero no lo convierte en su precursor, es la abolición de una clara separación entre humanos y anima- les. Sus animales no solo hablan, piensan, son responsables y, como el ratón Josefine, tienen un pronuncia- do sentido de autoconsciencia, sino que han perdido toda cualidad que los identifique como tales —aparte de su forma— y se han integrado a la esfera de los seres humanos, aunque esto se revela como extremadamente problemático para ellos. Esta identifi- cación los involucra en los problemas existenciales de nuestra especie. La condición humana —este es un motivo básico de Kafka— significa desesperanza existencial, alienación, desencanto radical, cosificación y desamparo trascendental, según la perspectiva desde la que nos acerque- mos a estas historias. Los animales, como intervención literaria, llaman poderosamente nuestra atención so- bre lo que ya no percibimos en la vida cotidiana. Literariamente, su efecto es comparable al efecto de extrañamien- to de Bertolt Brecht. Contar la historia como “La investigación de un perro”, y no como la de un investigador hu- mano desatinado y autodestructivo, Fabián Rivas 47

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