Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile

personas mayores que requieren descansar a lo largo de sus desplazamientos. Estas omisiones en el diseño urbano no solo limitan el acceso de estas personas, sino también perpetúan las desigualdades y evidencian a quiénes se les permite estar y ser en la ciudad. Dicha exclusión se manifiesta tanto en términos de accesibilidad física como en la manera en que las per- sonas experimentan emocionalmente estos espacios. Pensar en el cuerpo desde una dimensión afectiva nos permite identificar estas desigualdades, comprender de manera distinta la forma en que experimentamos la ciudad y concebir a esta última como un espacio en cons- tante interacción con quienes lo habitan. El diseño urbano debe integrar aspectos territoria- les, corporales y sociales para construir ciudades que se adapten a una gama más amplia de cuerpos y emociones, y que también subviertan las normas culturales y las es- tructuras de poder establecidas que históricamente han restringido el acceso y la participación plena de todas las personas. Consideremos, por ejemplo, un cuerpo que no se ajusta a las normas prescritas y es percibido como dife- rente por exhibir características que se desvían de lo que ha sido decretado como normal, estable o aceptado por las convenciones sociales. En entornos donde predomi- nan prácticas de exclusión o discriminación, esta persona puede experimentar miedo o decidir pasar desapercibi- do como una forma de protección. Esta realidad no solo limita su uso del espacio, sino que también afecta profun- damente su experiencia en dicho entorno. El derecho a la ciudad implica el acceso equitativo a los recursos urbanos y la capacidad de transformar tanto el entorno como a nosotros mismos. Exige una mirada interseccional y colectiva que es crucial para entender y promover una transformación integral. Este enfoque de derechos reconoce también que las experiencias y nece- sidades de las personas están influenciadas por múltiples factores como el género, la clase social, la etnia, la discapa- cidad, la orientación sexual, entre otros. En este sentido, el derecho a la ciudad, visto desde una perspectiva intersec- cional y colectiva, promueve un diálogo constante entre la transformación del espacio y el desarrollo de una ciudada- nía que respete y valore la diversidad. Esta mirada holística asegura que todos los cuerpos y sus experiencias sean considerados en el diseño y funcio- namiento urbano, fomentando un entorno en el que cada individuo pueda participar plenamente y sentirse parte de su comunidad. La invitación es a desaprender y repensar la idea de cuerpo desde los afectos, no entendiéndolo solo como un envase, sino como un lugar impregnado de signi- ficados emocionales, culturales y sociales que constituyen lo que somos, la forma en que interactuamos con la ciudad y la manera en que somos percibidos en ella. Dimitar Dilkoff/afp 35

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=