Palabra Pública N°32 sept - oct 2024 - Universidad de Chile

cuerpos emocionales columna H ace unos años, me preparaba para exponer en un congreso internacional sobre género. En la audiencia, había personas con discapacidad visual, por lo que se nos invitó a presentarnos describiéndonos físicamente. El silencio que siguió a esta peticiónme hizo reflexionar sobre el acto de describirnos. Aunque puede parecer simple, en realidad revela mucho más de lo que en un comienzo se podría pensar. En mi caso, por ejemplo, podría decir que soy alta, delgada o de contextura mediana. Sin embargo, estas caracterizacio- nes no son neutras ni universales; están condicionadas por una serie de factores, entre ellos, la cultura, el contex- to social y nuestras propias experiencias. La pregunta a la que nos enfrentamos en este acto es cómo la percepción de nosotros mismos está influen- ciada por el entorno y las normas que definen el canon social del cuerpo. Este modelo, con el que nos compa- ramos, define si encajamos o no en la normalización productiva de los cuerpos, que condiciona quiénes que- dan dentro o fuera del estándar. Pensamos en el cuerpo desde una perspectiva biológica, como una entidad material con forma y dimensiones. La Real Academia Española lo define como aquello que tiene extensión y es perceptible por los sentidos, así como el con- junto de sistemas orgánicos de un ser vivo. Sin embargo, es más que solo unamaterialidad. Es un espacio, un lugar que también se define por sus interacciones con otros cuerpos y el entorno, y cuya percepción cambia según el contexto. Desde las geografías feministas, la noción del cuerpo-te- rritorio es clave para analizar la forma en que el cuerpo de las mujeres ha sido sometido a las estructuras de poder colonial, lo que se manifiesta a nivel físico, pero también emocional. Considerar esta dimensión implica compren- der que habitamos el territorio no solomaterialmente, sino también a través de las experiencias y sentimientos, que impactan en la forma en que nos movemos y damos signi- ficado a los espacios que habitamos. En el contexto del hábitat y el territorio, considerar el cuerpo desde una dimensión afectiva nos permite exami- nar las microsituaciones que configuran la vida cotidiana y entender cómo habitamos los espacios. Caminar por una calle puede ser una experiencia simple e incluso placen- tera para algunas personas, pero la presencia de barreras físicas como desniveles, la falta de rampas o el mal estado del camino puede convertirla en una situación frustrante para alguien con discapacidad o movilidad reducida. De ahí que sea fundamental preguntarnos en qué cuerpos pensamos al diseñar nuestras ciudades. La pregunta por quién decide qué individuos son inclui- dos (o no) en un entorno urbano —que implica, además, una relación de poder— funciona como un sensor de des- igualdades que permite reconocer a los que quedan fuera de los cánones establecidos. Esos otros cuerpos son exclui- dos porque no encajan en el modelo estandarizado con el que se diseñan los entornos urbanos y, por tanto, no pueden acceder a las condiciones que ofrece la ciudad. La falta de bancos y áreas de descanso adecuadas en el espacio pú- blico puede afectar, entre otros, a mujeres que necesitan hacer pausas durante el cuidado de sus hijos, así como a El diseño de una ciudad no es neutral: el espa- cio público, la infraestructura y los servicios —siempre estan- darizados—evi- dencian a quiénes se les permite estar y desenvol- verse en ella. Para construir espacios urbanos inclusi- vos y que valoren la diversidad de experiencias, es esencial cuestio- nar las normas culturales y las es- tructuras de poder. rebeca silva roquefort Académica del Instituto de la Vivienda de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. 34

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